Se plantea en este texto que la democracia surgida de la transición chilena tiene un carácter elitista tanto en términos de los conceptos que la inspiran, como de las prácticas impulsadas por la cúpula del poder político. Esa concepción está presente de modo transversal al arco político y hunde sus raíces en una tradición anterior a los años noventa, habiéndose reforzado recientemente. Ello no quiere decir que la participación ciudadana no esté presente. Antes bien, está presente en múltiples prácticas, no sólo de la sociedad civil organizada, sino también de programas públicos de ejecución local. Sin embargo, el modelo de gobernabilidad surgido de los acuerdos de la transición democrática a fines de los años ochenta ha impedido hasta la fecha que dichas prácticas se proyecten adecuadamente en el plano político. La sociedad chilena parece estar dando muestras que esa proyección es una necesidad política y que lo que hasta hoy ha producido estabilidad no necesariamente seguirá haciéndolo en el futuro, pues el sistema político va perdiendo representatividad.