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Pueblos viejos–pueblos nuevos: transformación del paisaje en el norte de Michoacán (México) a inicios del período novohispano (siglo dieciséis)

Published online by Cambridge University Press:  19 April 2023

Karine Lefebvre*
Affiliation:
Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México
Antoine Dorison
Affiliation:
LabEx DynamiTe, Maison des Sciences de l'Homme et de la Société, Nanterre, France
Pedro Urquijo Torres
Affiliation:
Centro de Investigaciones en Geografía Ambiental, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México
*
Corresponding author: Karine Lefebvre, email: [email protected]
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Resumen

En el siglo dieciséis, la conquista española se extendió rápidamente hacia lo que hoy se conoce como el occidente de México. A partir de 1522, el reino tarasco sucumbió frente a los españoles y con ello iniciaron su proyecto de colonización y expansión territorial. Desde las primeras décadas, los españoles moldearon las actividades cotidianas para asegurar el control sobre las poblaciones indígenas, incluyendo la evangelización y promoviendo la explotación económica de los nuevos territorios.

Uno de los primeros pasos fue reorganizar el patrón de asentamiento de las poblaciones tarascas. En vísperas de la Conquista, los tarascos habitaban en pequeñas aldeas situadas en las cumbres y laderas de las montañas. Los españoles modificaron el patrón de asentamiento a través de dos medidas principales: en primer lugar, el desplazamiento de los antiguos asentamientos (pueblos viejos) a los valles o llanuras cercanas, con el fin de evitar que los sitios se convirtieran en fortalezas; en segundo lugar, los españoles reagruparon a la población en centros más grandes, conocidos como congregaciones.

Más allá de la distribución espacial de los lugares, esta transformación afectó por completo la configuración del espacio y repercutió en la relación existente entre los pobladores y el paisaje y con ello en la geografía sagrada. A partir del ejemplo de la localización de dos pueblos en el norte del estado de Michoacán—el sitio prehispánico Mich. 68-El Caracol y el pueblo colonial Mich. 415-Las Iglesias, descubiertos gracias a la obtención de imágenes LiDAR del Proyecto Arqueológico Uacúsecha—discutiremos las características de la distribución espacial antes y después de la Conquista y sus implicaciones en la relación existente entre la sociedad, el paisaje y la cosmovisión de la población.

Abstract

Abstract

In the sixteenth century, Spanish conquistadors quickly spread into what is now known as west Mexico. From 1522, the Europeans conquered the Tarascan kingdom and soon began a project of colonization and territorial expansion. From the first decades, the Spaniards shaped daily activities to ensure control over the indigenous populations, including evangelization and promoting the economic exploitation of the new territories.

One of the first steps was to reorganize Tarascan settlement patterns. On the eve of the Conquest, small villages that were situated on the summits and slopes of mountains characterized Tarascan settlement patterns. The Spaniards modified the settlement patterns through two main measures: first, the displacement of the old villages (pueblos viejos) into the valleys or nearby plains, in order to prevent the old sites from becoming fortresses. Secondly, the Spaniards regrouped the population (congregaciones) into larger centers.

Beyond the spatial distribution of sites, this transformation entirely affected the space configuration, especially the relationships of people to the landscape and sacred geography. Starting from the example of the location of villages in the north of the state of Michoacán—in particular, the case of the pre-Hispanic site Mich. 68 (El Caracol) and the colonial village Mich. 415 (Las Iglesias), discovered through the exploitation of the LiDAR data conducted as part of the Uacusecha Archaeological Project—we will discuss the characteristics of the spatial distribution before and after the Conquest, and its implication for the relationship between society and the landscape and the cosmovision of the population.

Type
Special Section: Archaeology and landscape in Northern Michoacán: Revisiting the Zacapu Malpaís archaeology from a LIDAR perspective
Creative Commons
Creative Common License - CCCreative Common License - BY
This is an Open Access article, distributed under the terms of the Creative Commons Attribution licence (http://creativecommons.org/licenses/by/4.0/), which permits unrestricted re-use, distribution and reproduction, provided the original article is properly cited.
Copyright
Copyright © The Author(s), 2023. Published by Cambridge University Press

Introducción

Desde el punto de vista de la organización territorial, el siglo dieciséis representa una etapa de transformaciones geográficas radicales, sujeta a contextos cambiantes, caracterizados por constantes caídas demográficas, migraciones forzadas o negociadas y modificaciones en los usos del suelo, por mencionar algunos de los más recurrentes. Rápidamente, tras la conquista de los antiguos señoríos prehispánicos, una de las primeras medidas llevadas a cabo por los españoles fue la reorganización general del patrón de asentamiento para adecuarlo a sus necesidades socioeconómicas y a sus cánones de tradición medieval-renacentista. Los conquistadores modificaron, entonces, el patrón de asentamiento a partir de dos medidas principales (Fernández Christlieb y García Zambrano Reference Fernández Christlieb and Torres2006; Torre Villar Reference Torre Villar1995). Primero, el traslado de los pueblos dispersos en las partes altas de las sierras hacia los valles o planicies cercanas, con el fin de evitar que los antiguos asentamientos se convirtieran en bastiones. Además, el nuevo asentamiento permitía un mejor control de las poblaciones, facilitaba su evangelización y mejoraba la recaudación del tributo. Segundo, a lo largo del siglo dieciséis, los españoles realizaron dos fases de reagrupamiento de las poblaciones, denominadas “Congregaciones” (la primera entre 1550 y 1564, y la segunda entre finales del siglo dieciséis y principios del siglo diecisiete). De esta manera, en apenas algunas décadas, las políticas sociales y económicas llevadas a cabo por los europeos transformaron de manera radical el paisaje y la organización territorial de las sociedades. Asimismo, la transición entre el orden previo a la irrupción europea y la restructuración colonial temprana conllevó análisis comparativos, tanto en lo espacial (geográfico) como en lo temporal (histórico).

En el análisis descriptivo, retomamos la noción de pueblo de la época para referirnos al asentamiento. En el siglo dieciséis, el pueblo castellano se aproximaba a la organización territorial y política del antiguo señorío prehispánico—altepetl en nahua; ireta en purépecha; batabil en maya; ñuu en mixteco; tsabaal en huasteco, por mencionar algunos ejemplos. La noción de pueblo implicaba tanto las estructuras de los barrios como los linajes y cacicazgos y sistemas tributarios (García Martínez Reference García Martínez1999). De esta manera, el pueblo de indios era la reinterpretación colonial de la organización política y la estructura territorial del antiguo señorío. Sin embargo, el patrón de asentamiento prehispánico, caracterizado por la expansión o dispersión geográfica de los barrios, contrastaba con los cánones medievales-renacentistas de tipo concéntrico (Bernal García y García Zambrano Reference Bernal García, García Zambrano, Christlieb and García Zambrano2006); de ahí la instauración del proceso de reordenamiento territorial de congregación o reducción, emprendido por las autoridades coloniales, y encabezado por las órdenes mendicantes. La congregación consistió en el agrupamiento poblacional indígena en un lugar específico. Entonces, los asentamientos abandonados comenzaron a recibir la denominación de pueblo viejo, en contraste con el pueblo nuevo resultante de la reubicación (Fernández Christlieb y Urquijo Torres Reference Fernández Christlieb and García Zambrano2006).

El tema ha sido abordado por diferentes especialistas en varias regiones de México (García Martínez Reference García Martínez1987; Gibson Reference Gibson1986 [1967]; Lockhart Reference Lockhart1999; Terraciano Reference Terraciano2013, por ejemplo). Específicamente, en Michoacán, podemos mencionar los trabajos de Paredes Martínez (Reference Paredes Martínez2017), Martínez Aguilar (Reference Martínez Aguilar2017), César Villa (Reference César Villa and Paredes Martínez1998) y Navarrete Pellicer (Reference Navarrete Pellicer, Calvo and Castro1988, Reference Navarrete Pellicer and Paredes Martínez1997). Estos estudios han sido elaborados, en buena medida, desde el análisis detallado de las fuentes históricas novohispanas, documentales y cartográficas. En cambio, este período sigue siendo limitadamente documentado desde la arqueología. La ocupación de muchos pueblos coloniales en un mismo lugar, desde entonces y hasta la fecha, ha limitado el acceso a los vestigios arqueológicos; pero sobre todo, el escaso desarrollo de la arqueología histórica, en general, y de la arqueología de la colonia temprana, en particular, han originado un auténtico desequilibrio entre las fuentes escritas y materiales.

A lo largo de las últimas décadas, algunas excavaciones pusieron de manifiesto ocupaciones coloniales tempranas. En particular, destaca el caso de las operaciones de salvamento llevadas a cabo en el centro histórico de la Ciudad de México a partir de la década de 1980. No obstante, el ámbito rural, alejado de las ciudades, sigue siendo el “pariente pobre” de la arqueología histórica. En cuanto al actual estado de Michoacán, a finales de los años setenta y principios de los ochenta, Gorenstein y Pollard (Reference Gorenstein and Pollard1983) llevaron a cabo un estudio de la civilización tarasca, su organización social, económica y territorial, enfocándose en la cuenca de Pátzcuaro. A partir de fuentes documentales históricas, cartográficas y arqueológicas, pudieron reconstruir la organización espacial durante el posclásico tardío y su transformación durante el período hispánico temprano, identificando el desplazamiento de algunos pueblos y la desaparición de otros.

Los recorridos de superficie realizados posteriormente en el sitio arqueológico de Urichu en la década de 1990 revelaron una ocupación colonial temprana, gracias a la presencia de material cerámico vidriado asociado a tipos tarascos, artefactos de obsidiana y restos arquitectónicos. Estos vestigios, conocidos en la memoria local como la antigua capilla de San Miguel Urichu, proporcionaron evidencias de la permanencia del asentamiento durante las primeras décadas del siglo dieciséis, antes de su reubicación en el emplazamiento de la ciudad moderna de San Francisco Uricho (Pollard Reference Pollard, Kepecs and Alexander2005).

Más recientemente, trabajos realizados en el marco de un rescate, como parte del proyecto de investigación y conservación de la zona arqueológica de Tzintzuntzan (Michoacán), pusieron de manifiesto vestigios de las primeras décadas de la colonización (Punzo y Valdés Reference Luis and Valdés2017). Sin embargo, estos niveles se encuentran muy alterados y fragmentados, debido a las ocupaciones posteriores. Los materiales coloniales de Tzintzuntzan fueron estudiados por Juárez Olvera (Reference Juárez Olvera2015, Reference Juárez Olvera2019), con el fin de identificar los cambios y continuidades tecnológicos entre la producción alfarera, y en particular la cerámica y las figurillas. Cabe subrayar que este asentamiento no es un caso cualquiera, pues se trata de un sitio mayor en el cual estaban establecidos españoles.

La investigación sobre los pueblos de indios y en el contexto rural todavía no da sus primeros pasos. Por lo tanto, sigue existiendo una importante carencia de información material, necesaria para complementar, confirmar o, al contrario, refutar o matizar los datos históricos acerca de las transformaciones que afectaron los paisajes de los antiguos pueblos.

Los trabajos de campo realizados por el Proyecto Uacúsecha en la región de Zacapu (Michoacán, México) permitieron identificar dos sitios que responden a este patrón: Mich. 68-El Caracol, un asentamiento ocupado en víspera de la Conquista (posclásico tardío), y el pueblo colonial Mich. 415-Las Iglesias, fechado del siglo dieciséis (Figura 1). A partir del análisis de estos ejemplos, nos interesa contribuir al tema poniendo un énfasis particular en la arqueología, considerando las evidencias de los procesos de poblamiento indígena y de distribución espacial, antes y después de la Conquista. Tras la descripción de ambos asentamientos, se busca comprender las transformaciones que sufrió el paisaje después de la llegada de los colonos españoles.

Figura 1. Ubicación de los sitios Mich. 68-El Caracol y Mich. 415-Las Iglesias. Mapa por Dorison.

Mich. 68-El Caracol

El asentamiento prehispánico de Mich. 68-El Caracol fue edificado sobre una colada de lava (localmente llamada malpaís) del Pleistoceno temprano (100 Ka–30 Ka B.P.) En su parte noroeste, la colada del Caracol, o malpaís del Caracol, domina un valle seco que se abre a la ciénega de Zacapu. En este valle se encuentra un ojo de agua, hoy conocido como Cuarún. Ahora cubierta por un bosque de encino, la colada se caracteriza por la omnipresencia de afloramientos rocosos a lo largo de su ladera, los cuales son vestigios de los relieves estructurales del edificio volcánico. Entre cada uno de estos afloramientos, la acumulación de sedimentos (ceniza volcánica) permitió la formación de suelos que hoy constituyen franjas de pastos abiertos. El sitio prehispánico fue descubierto en 1983 durante la primera etapa del Proyecto Michoacán (1983–1987), gracias a informantes locales. Este trabajo inicial se limitó a un breve registro de estructuras en una sola visita, ya que se llevó a cabo desde una perspectiva regional muy amplia, lo que no permitió explorar este sitio “secundario” (Michelet Reference Michelet1983) con mayor detalle (en comparación con los grandes asentamientos urbanos cercanos de Mich. 31-El Malpaís Prieto, Mich. 38-El Infiernillo o Mich. 95-Las Milpillas). En aquel momento, Mich. 68 se había identificado como un asentamiento del posclásico medio, de unas 10 ha con áreas residenciales y cívico-ceremoniales, así como posibles calzadas y un muro en la parte alta del sitio, que se había interpretado como defensivo (Michelet Reference Michelet1983). A pesar de su representatividad potencial como “sitio de tamaño medio” (Michelet Reference Michelet1983), su exploración permaneció suspendida a la sombra de sus vecinos, urbanos, hasta hace poco.

En el marco del Proyecto Uacúsecha (2010–2020), se reanudaron las investigaciones sobre Mich. 68-El Caracol como parte de la tesis doctoral de Dorison (Reference Dorison2019), a través de nuevas prospecciones (digitales y en campo) y sondeos. Se realizaron visitas cortas al sitio en los años 2013 y 2014, las cuales permitieron recorrer y mapear nuevos espacios (se registraron 70 estructuras, ampliando así la superficie a unas 80 ha); aunque la visibilidad reducida debida a la vegetación impidió definir con certeza la extensión real del asentamiento y su organización espacial en aquel momento. Fue hasta 2015, cuando se obtuvieron los datos LiDAR, que se reveló toda su complejidad. El procesamiento de la imagen puso de manifiesto la magnitud del sitio que se desarrolla sobre todo el flujo volcánico (a excepción de los sectores de fuerte pendiente) es decir, unas 170 ha. El LiDAR incrementó de manera exponencial la identificación de elementos antrópicos y su mapeo (700 estructuras han sido mapeadas, por ahora, mientras que se evalúa el número total de estructuras, alrededor de 1.500), lo que proporcionó una visión más concreta del asentamiento, confirmando su importancia durante la época prehispánica.

El sitio se encuentra en un estado de conservación bastante bueno. Con certeza, la abundancia de afloramientos rocosos ha desalentado a los agricultores desde la época colonial, favoreciendo el desarrollo del bosque y protegiendo así los vestigios. Sin embargo, el uso actual del malpaís como pastizal ha contribuido en la generación de un conocimiento local sobre la existencia de las ruinas. Por consiguiente, las partes monumentales han sufrido—y siguen sufriendo—saqueos ocasionales.

El asentamiento puede dividirse en cinco sectores (Figura 1): (1) el epicentro; (2) el punto de emisión del flujo; (3) el sector noroeste; (4) el sector suroeste; y (5) el sector sureste. Los tres primeros se describirán con precisión a continuación. Los dos últimos sólo estarán mencionados brevemente, puesto que todavía no han sido recorridos a pie y parecen además presentar una ocupación más temprana del sitio, poco relacionada con el traslado del asentamiento desde la cima de la colada hacia su piedemonte a principios de la época colonial.

El epicentro

La parte noreste del sitio, denominado el epicentro, corresponde a los elementos registrados por Michelet en 1983. Gracias a la cartografía, las recolecciones de material en la superficie y los sondeos llevados a cabo en el marco del proyecto Uacúsecha, hoy en día es la zona mejor conocida del sitio. Este amplio sector, de unas 12 ha, se compone de tres espacios planos (grupos A, B y C), distribuidos gradualmente en la pendiente y separados entre sí por afloramientos rocosos (Figuras 2 y 3). Los tres grupos resultan del acondicionamiento antrópico de los afloramientos rocosos mayores.

Figura 2. Vista 3D del área de estudio modelizada a partir de los datos LiDAR. Procesamiento por Dorison.

Figura 3. Plano de los grupos A, B y C del sitio Mich. 68-El Caracol. Mapa por Dorison.

El grupo A consiste en una plaza rectangular de 120 × 48 m, que avanza por la ladera hacia el noreste, formando una terraza de borde escarpado (Figura 3). Debajo de ésta, se desarrolla una red de terrazas agrícolas, asociadas con algunas posibles viviendas. Sobre la plaza, se encuentran varias estructuras con carácter cívico: un basamento piramidal rectangular (30 × 20 m, estr. 231), conservado sobre una altura de 4,50 m; una posible estructura de 15 × 10 m (un probable altar, estr. 579), que sufrió un intenso saqueo; una plataforma baja (30 × 30 m, estr. 68), sobre la cual descansa un muro, que podría ser el remanente de una estructura de 20 × 20 m. Dada su ubicación frente a la pirámide y por su tamaño, podría tratarse de una casa de reunión como las que se mencionan varias veces en la Relación de Michoacán como “casas de los papas” (e.g., Alcalá Reference Alcalá and Mendoza2000 [1541]:259, 263, 274), que, según el texto, “tenían diez varas” (Alcalá Reference Alcalá and Mendoza2000 [1541]:338). Varias estructuras de morfología comparable han sido identificadas e interpretadas como tales en los asentamientos urbanos del Malpaís (Forest Reference Forest2014; Michelet Reference Michelet and Darras1998; Migeon Reference Migeon2016). El borde sur de la plaza está delimitado por un acondicionamiento que crea un nivel superior de 1,50 m de altura. Sobre él, se observan un edificio de 12 × 12 m, con una sala anexa de 5 × 4 m, adosada a su muro este (estr. 237); al este, una estructura cuadrangular indefinida (estr. 67) y al oeste una plataforma (estr. 66), coronada por una posible estructura (estr. 710).

Este complejo constituye ciertamente un espacio ceremonial, cuya importancia no se limitaba al asentamiento de Mich. 68. De hecho, además de la vista que ofrece la plaza sobre la fuente de Cuarún y la Ciénega, varios sistemas de acceso la conectan más allá de los límites del sitio. En la esquina noreste de la terraza principal, una rampa monumental de 40 m de largo y 3,50 m de ancho, con un buzamiento de unos 20°, facilita el ascenso a la plaza (estr. 239). Está alineado con un camino (59) que atraviesa las terrazas agrícolas de abajo. Luego se convierte en una escalera de bloques de andesita, que conecta Mich. 68 con el valle seco que lleva a la fuente de Cuarún. En la esquina suroeste de la plaza del grupo A se encuentra un segundo acceso, que puede identificarse como un posible sendero (estr. 65, hoy en desuso), que lleva en línea recta a la meseta que se extiende frente al centro urbano de Mich. 31. Su identificación, así como su contemporaneidad con el grupo A, no es segura, ya que también se alinea con el borde sur de los campos cultivados hoy en día en la meseta.

El grupo B domina el A (Figura 3). Está vinculado con este último por medio de tres caminos y tres rampas (712, 146 y 21), que permiten cruzar el afloramiento rocoso que los separa, el cual está acondicionado por un conjunto de plataformas monumentales (estr. 42 y 43) que inicia el grupo B. El resto del grupo corresponde a un espacio nivelado que se extiende sobre unos 70 m de ancho entre este afloramiento del flujo volcánico y el siguiente, más alto, al sur. Frente al conjunto 42–43 se encuentra una plataforma baja de 55 × 30 m (estr. 139), a la que se accede por medio de una rampa ancha hacia el oeste (estr. 140). A pesar de estar muy destruidas, al menos cinco estructuras descansan sobre esta plataforma. Más hacia el este, se encuentra una estructura rectangular (estr. 136) de 15 × 10 m, colocada sobre una plataforma baja de 20 × 15 m (estr. 131). Una limpieza y un sondeo realizado al sur de esta última (UT 126) permitieron interpretar la estructura como una posible “casa grande” dedicada a reuniones. Esta estructura presenta dos entradas, hacia el oeste y el este. La segunda desemboca en una plaza delimitada por dos muros al norte y al sur (717 y 132) y por un desnivel al este (estr. 22). Una rampa ancha (405) permite bajar este desnivel, tras lo cual se extiende un espacio vacío nivelado hasta la ruptura de pendiente, posiblemente rodeado por pequeñas estructuras mal conservadas, y conectado a la vertiente este del malpaís por un camino hoy en día en desuso. Al sur de la posible “casa grande” se encuentran dos estructuras cuadradas (estr. 135 y 718) y dos caminos que permiten subir al siguiente afloramiento rocoso. Este último tiene la cumbre nivelada sobre 5.000 m2 y rodeada por un muro grueso de 2–3 m de ancho por 1,00–2,50 m de altura, formando así un espolón fortificado. Sin embargo, a pesar de su morfología, el muro tiene varias entradas que llevan a interpretarlo más como un refugio que como una verdadera fortaleza, lo que refuerza la hipótesis original de Michelet (Reference Michelet1983).

Más arriba, se extiende un plano natural, de unos 40 m de ancho sin estructuras antrópicas claras. Está dominado al sur por el afloramiento rocoso más alto del cerro, donde se encuentra el grupo C (Figura 3). Además de tres edificios indeterminados (estr. 169, 199, 720) y una posible habitación (estr. 197), este grupo se define por la presencia de un montículo de 13 × 9 m con una altura conservada de 1 m (estr. 204), que descansa encima de dos plataformas sucesivas (estr. 201 y 203), marcando así el punto más elevado del sitio (2.410 m). Sin mayor exploración, es difícil formular una hipótesis sobre la función de este espacio. Sin embargo, cabe resaltar que su posición le confiere una vista panorámica, así como una visibilidad desde varios puntos de la cuenca, lo que sugiere un papel importante.

De manera general, por su visibilidad y sus espacios de carácter ceremonial, todo el epicentro del sitio Mich. 68 parece haber sido un conjunto de valor simbólico y social para las poblaciones circundantes.

Los sectores con vocación residencial y agrícola

El resto de los elementos en el asentamiento cubren funciones residenciales y agrícolas, principalmente. Directamente al sur del grupo C, se encuentra el punto de emisión de la colada. De forma aproximadamente circular, esta área casi plana, de unas 18 ha, está cubierta en su mayor parte por un afloramiento rocoso con relieve poco marcado (14 ha). Este último ha sido acondicionado por muros que forman pequeñas parcelas, cuya función sigue siendo enigmática, pero podrían constituir espacios agrícolas (Dorison Reference Dorison2019:560–562). Alrededor se encuentran cimientos de estructuras cuadrangulares interpretadas como posibles casas.

Sin embargo, el corazón residencial del sitio, en cuanto a su ocupación posclásica, se ubica al oeste del punto de emisión y corresponde a la zona llamada noroeste. Igual que en todo el resto de la colada, este sector se caracteriza por la sucesión de franjas de pasto alargadas con suelos profundos, separadas entre sí por afloramientos de 5–10 m de altura. El más marcado está al norte y forma una suerte de barrera natural, en cuya cima se encuentran fragmentos de un muro (visible en la Figura 2). Aparte de la presencia de algunos edificios cuadrangulares (ø 5 m), interpretados como posibles viviendas, las franjas planas presentan pocos vestigios apreciables. Por el contrario, los afloramientos están intensamente acondicionados. De manera general, sus vertientes presentan terrazas estrechas de 3–4 m de ancho que se extienden sobre varias decenas de metros, mientras que las estructuras, posiblemente residenciales, descansan sobre sus cumbres niveladas. Este sector también se interpreta como agrícola, ya que pueden explotarse tanto las zonas planas con suelos profundos, como las terrazas que cubren los afloramientos.

Como se ha mencionado, el resto del asentamiento todavía tiene que ser verificado en campo. Sólo señalaremos que, mediante observaciones sobre la imagen LiDAR, se distinguieron dos sectores, suroeste y sureste, por sus organizaciones espaciales distintas. Al suroeste, el patrón de asentamiento sigue siendo bastante similar a lo del sector noroeste, todavía marcado por la alternancia entre afloramientos y zonas planas. Por el contrario, la vertiente sureste de la colada presenta mucho menos afloramientos marcados, lo que favoreció el desarrollo de una amplia red de terrazas que se extiende hasta un escarpe natural, marcando el límite este de la geoforma. Por lo tanto, ambos sectores han sido interpretados como fundamentalmente agrícolas, aunque no se sabe por ahora si aquellos fueron explotados durante el posclásico medio-tardío, o sea justo antes de la llegada de los españoles en la región. De hecho, en estos sectores se han identificado en la imagen LiDAR varias estructuras cuyas morfologías sugieren más bien una ocupación más temprana, durante el epiclásico (600–900 d.C.), tal como una cancha de juego de pelota en forma de “I” o los patios hundidos (véase Pereira et al. Reference Pereira, Dorison, Ramírez and Michelet2023).

Fechamiento del asentamiento

La interpretación cronológica de Mich. 68 se apoya en dos conjuntos de datos principales: por un lado, el material cerámico—recogido en la superficie durante las prospecciones y en el marco de dos sondeos estratigráficos—y, por otro lado, la morfología de las estructuras y de los espacios—visibles sobre la imagen LiDAR y verificadas en campo en los tres sectores norte del asentamiento.

El material cerámico ha sido clasificado según la tipocronología regional (Jadot Reference Jadot2016; Michelet Reference Michelet, Pomédio, Pereira and Villanueva2013; Pereira Reference Pereira1999). Así, los tepalcates colectados en la superficie del epicentro, del punto de emisión y del sector noroeste, corresponden en su mayoría a tipos diagnósticos del posclásico medio o fase Milpillas (1250–1450 d.C.; Malpaís polícromo, Milpillas pulido, Zacapu tosco). La recolección de varios fragmentos de pipas en aquellas zonas sugiere, asimismo, una ocupación bastante tardía en el posclásico, lo que está confirmado por los sondeos (véase más adelante). No obstante, también se recogieron en la superficie unos pocos tepalcates de grupos más tempranos, tales como Hornos y Ciénega, reflejando al menos una frecuentación del sitio desde fines del epiclásico o la fase La Joya (800/850–900 d.C.; véase Pereira et al. Reference Pereira, Dorison, Ramírez and Michelet2023). Sin embargo, cabe resaltar la ausencia de tepalcates diagnósticos de la fase Palacio (900–1200 d.C.) en el material recolectado durante las fases de prospección.

El trabajo de campo también implicó la realización de dos pozos estratigráficos. Estos tenían por objetivo entender mejor la función y el sistema constructivo de estructuras específicas, pero también de definir la cronología del asentamiento, que nunca había sido sondeado antes, y por lo tanto, complementar los primeros acercamientos proporcionados por el material de superficie.

Un primer sondeo (UT 126, de 3 × 2 m) fue establecido contra el muro sur de la estructura 136 del grupo B, la cual corresponde a una estructura rectangular (10 × 15 m) construida sobre una plataforma y, como se ha mencionado, fue identificada como un edificio de carácter cívico (Dorison Reference Dorison2019:406–407). Además de un mejor acercamiento al sistema constructivo, la unidad de trabajo reveló una muestra significativa de material cerámico fechado de la fase Tariácuri o posclásico tardío (1450–1525; Jadot Reference Jadot2016; Evolución Malpaís polícromo, Evolución Milpillas pulido, Evolución Zacapu tosco; Figura 4). También están asociados siete fragmentos de pipas características de la misma época (Pollard Reference Pollard1993:217–220; Porter Reference Porter1948). En una menor proporción, se encontraron tepalcates fechados del posclásico medio (Malpaís polícromo, Milpillas pulido).

Figura 4. Ejemplos de tipos cerámicos de la región de Zacapu: (a) tipos de la fase Tariácuri descubiertos en excavación en Mich. 68 (dibujos: S. Éliès, identificación: E. Jadot); (b) tipos del siglo dieciséis descubiertos en excavación en Mich. 415 (dibujos e identificación: E. Jadot).

El segundo sondeo (UT 127, de 5 × 1 m) fue implantado al noroeste del grupo C y tenía por objetivo determinar el potencial agrícola de una terraza baja ubicada al pie de un afloramiento acondicionado (Dorison Reference Dorison2019:408–409). La excavación reveló la presencia de una estructura de combustión, así como una cantidad significativa de material cerámico, procedente probablemente en parte de la erosión post-abandono de los afloramientos rocosos acondicionados circundantes. En todas las unidades estratigráficas, el material cerámico diagnóstico está asociado principalmente a la fase Milpillas, aunque se encuentran algunos pocos tepalcates identificados como tipos más antiguos (en particular del grupo Hornos). Esto deja suponer otra vez una presencia, o por lo menos una frecuentación, de la zona previamente al posclásico medio. Por último, algunos fragmentos de cerámica podrían corresponder a tipos más recientes (fase Tariácuri), aunque su identificación quede incierta. Finalmente, es importante señalar que tampoco en los sondeos estratigráficos se encontró material del posclásico temprano o de la fase Palacio.

Con respecto a los indicios arquitectónicos y espaciales, ya se ha mencionado una estructura cívica de tipo “casa grande” en el grupo B (y posiblemente una segunda en el grupo A), que constituye un edificio típico del posclásico medio-tardío. El plano rectangular y la orientación norte–sur de la pirámide del grupo A también son características que aparecen en la fase Milpillas. Además, todo este grupo, cumulando pirámide, plaza y posibles “casa grande” y altar, materializa un patrón posclásico bien documentado en los centros urbanos del Malpaís de Zacapu (Forest Reference Forest2014; Michelet et al. Reference Michelet Dominique, Migeon and Manzanilla2005; Migeon Reference Migeon and Darras1998). Finalmente, la organización espacial de la parte norte del sitio, con viviendas coronando los afloramientos acondicionados y pastos casi libres de estructuras, se asemeja a la del centro urbano de Mich. 95–96-Las Milpillas (Forest Reference Forest2014; Michelet Reference Michelet, Mastache, Cobean, Cook and Hirth2008; Michelet et al. Reference Michelet, Ichon and Migeon1988; Migeon Reference Migeon1991a, Reference Migeon2015; Puaux Reference Puaux1989). De esta manera, los patrones espaciales y arquitectura coinciden con los marcadores cerámicos en interpretar el norte de Mich. 68-El Caracol como un asentamiento del posclásico medio-tardío. En cambio, en los sectores suroeste y sureste, se identificaron en la imagen LiDAR numerosos indicios de una ocupación epiclásica, entre ellos la presencia de al menos una cancha de juego de pelota, de patios hundidos rectangulares y de una red de terrazas agrícolas en la vertiente oriental, cuya morfología en un contexto ambiental comparable se asemeja de manera patente a la del sistema agrícola del sitio epiclásico Mich. 318-La Mesa del Bolsón (Dorison Reference Dorison2019:413–425). Así, los rasgos arquitectónicos y espaciales sugieren que los indicios cerámicos encontrados al norte del sitio resultan muy probablemente de una ocupación bastante importante de toda la franja sur del sitio durante el epiclásico. Pese a ello, la ausencia de indicios espaciales del posclásico temprano demuestra otra vez la existencia de un hiato de al menos tres siglos que se coloca entre la ocupación epiclásica y la del posclásico medio-tardío en el sitio de Mich. 68.

Por lo tanto, y en resumen, parece que las vertientes meridionales del Caracol están ocupadas desde el siglo siete. En ese entonces, Mich. 68 constituye un sitio sobre todo residencial y agrícola, relacionado con el foco de poblamiento epiclásico de la franja oeste del Malpaís de Zacapu (véase Pereira et al. Reference Pereira, Dorison, Ramírez and Michelet2023). Su abandono a principios del posclásico temprano, al igual que buena parte de la región, seguramente debe ponerse en relación con la erupción del volcán del Malpaís Prieto alrededor de 900 d.C. (Mahgoub et al. Reference Mahgoub, Reyes-Guzmán, Böhnel, Siebe, Pereira and Dorison2018; Reyes-Guzmán et al. Reference Reyes-Guzmán, Siebe, Chevrel and Mahgoub2023). A mediados del siglo trece (fase Milpillas), se inicia una nueva ocupación, muy probablemente vinculada al fenómeno urbano del Malpaís. En aquella época, la vertiente norte y la cumbre de la colada del Caracol están ocupadas, con fines residenciales y agrícolas, mientras el epicentro surge como una zona cívico-ceremonial importante al nivel supra-local, quizás dependiente al principio de su vecino urbano Mich. 31-El Malpaís Prieto. Sin embargo, tras el abandono de este último, junto con los demás centros urbanos del norte del Malpaís de Zacapu a principios del siglo quince, Mich. 68 sigue habitado, puesto que los trabajos de campo pusieron de manifiesto una ocupación durante la fase Tariácuri. Constituye de hecho una excepción regional. Sin embargo, el número insuficiente de excavaciones estratigráficas y la falta de verificaciones en campo en los sectores sur del sitio no nos permiten ofrecer un panorama completo del asentamiento a fines de la época prehispánica. Así, en el estado actual de las investigaciones, entre el siglo trece y su abandono definitivo a principios del siglo dieciséis, la colada del Caracol no parece haber sido ocupada de manera homogénea en toda su superficie, sino principalmente en las zonas que circundan el epicentro. Por lo tanto, es difícil estimar la extensión e importancia del pueblo en víspera de la Conquista española. Sin embargo, podemos destacar las continuidades que existen entre las fases prehispánicas Milpillas y Tariácuri en el sitio de Mich. 68-El Caracol y que se expresan en la cultura material (continuidades técnicas y decorativas de la cerámica; Jadot Reference Jadot2016), pero también y sobre todo a nivel espacial. Durante la fase Tariácuri, la ocupación se mantiene en terrenos altos, en el corazón del flujo volcánico, siguiendo una lógica comparable a la de la fase Milpillas. Las estructuras residenciales permanecen concentradas principalmente sobre los afloramientos rocosos, presumiblemente para evitar invadir las zonas de acumulación de sedimentos. Asimismo, la excavación indica que al menos algunas estructuras siguen utilizándose. Este es el caso del gran edificio rectangular (estr. 136), interpretado como una posible casa de reuniones (Dorison Reference Dorison2019). Las colecciones de superficie también apuntan en esta dirección, ya que se encontraron tiestos de las dos fases cronológicas, Milpillas y Tariácuri, dentro del centro ceremonial principal del sitio (grupo A). Al contrario, el plan y la ubicación del sitio colonial de Mich. 415-Las Iglesias, ortonormal y bordeando el antiguo lago, sí marca un cambio radical en la organización de los espacios en comparación con la época prehispánica.

Mich. 415-Las Iglesias

En 2015, recorridos de superficie realizados en el marco del Proyecto Uacúsecha entre el borde oriental del Malpaís y las orillas de la antigua ciénega de Zacapu permitieron identificar nuevos conjuntos arquitectónicos. En aquel momento, se registraron dos sitios distintos. El primero, denominado Mich. 419-El pie del Caracol, se ubica al principio del piedemonte y consta de seis estructuras rectangulares grandes dispuestas en un sentido norte–sur (sobre un espacio de más de 100 m2). El segundo, Mich. 415-Las Iglesias, más extendido, se encuentra en la parte más baja, hacia la orilla de la antigua laguna. A partir de entonces, estos conjuntos llamaron la atención por presentar una organización espacial distinta de los demás sitios de la región, pero su atribución crono-cultural quedaba mal definida. La obtención de los datos LiDAR no sólo ayudó a definir que se trataba de un sitio único (desde entonces conocido como Mich. 415-Las Iglesias), sino también a comprender mejor su naturaleza.

El sitio se desarrolla justo debajo del asentamiento prehispánico Mich. 68, en la pendiente baja de una lengua de origen volcánico, que empieza al pie del Malpaís del Caracol, y se prolonga hacia el este para terminar en el antiguo lago (Figuras 1 y 5). Se encuentra en una pendiente suave, artificialmente nivelada por terrazas de gran dimensión. Esta área forma un promontorio delimitado al sur y al oeste por las pendientes muy abruptas de la colada de lava; al este y al norte era circunscrito por la antigua ciénega, la cual fue desecada a principios del siglo veinte (Reyes García Reference Reyes García1998; Reyes García y Gougeon Reference Reyes García and Gougeon1991). Estos elementos naturales formaban un recinto natural que encerraba al pueblo. Sólo se observó un acceso, un antiguo camino que pasa a lo largo del malpaís (Figuras 6 y 7).

Figura 5. Vista del sitio de Mich. 415-Las Iglesias, establecido al pie del Cerro El Caracol. Foto por N. Vargas Ramírez.

Figura 6. Imagen LiDAR del sitio Mich. 415-Las Iglesias. Cortesía del Proyecto Uacúsecha.

Figura 7. Mapa del sitio de Mich. 415-Las Iglesias. Mapa por Dorison y Lefebvre.

Los trabajos de campos realizados entre 2015 y 2019, tanto los recorridos como las excavaciones, permitieron identificar dos fases de ocupación. La primera corresponde al epiclásico (600–900 años d.C.), pero sólo está representada por la presencia de material cerámico residual, escaso y erosionado, mezclado con tepalcates más recientes (Pereira et al. Reference Pereira, Lefebvre, Barrientos, Elsa and Manin2017). Por lo tanto, es difícil estimar la extensión del asentamiento durante esta época, y mucho menos atribuirle una función. Los sondeos estratigráficos realizados en distintos puntos del asentamiento no permitieron encontrar las capas de ocupación o vestigios arquitectónicos correspondientes a esta ocupación. Estos últimos parecen haber sido profundamente perturbados, e incluso aniquilados, por la etapa posterior, la cual corresponde a la segunda fase de ocupación fechada del siglo dieciséis. Esta ocupación está mejor preservada, puesto que el conjunto de las unidades estratigráficas identificadas, así como la planificación espacial y los vestigios arquitectónicos observables pueden asociarse a ella. Esta fase está determinada por la presencia de material cerámico tipo Romita sgraffito y Romita plain (Figura 4), identificado como un fósil director de la colonia temprana (Fournier García et al. Reference Fournier García, Blackman, Bishop, García, Wiesheu and Charlton2007; Lister y Lister Reference Lister and Lister1982; Pereira et al. Reference Pereira, Lefebvre, Barrientos, Elsa and Manin2017). La cerámica Romita se encontró en la totalidad del promontorio, pero con una densidad desigual según los sectores; de esta manera, se observó una mayor concentración en la parte central del asentamiento. No obstante, su distribución muestra una ocupación de todo el sector bajo durante el primer siglo de la colonización española.

Aunque es imposible fechar con precisión la fundación del poblado, se remonta a la primera mitad del siglo dieciséis. Martínez Aguilar (Reference Martínez Aguilar2017) señala que, en Michoacán, la concentración de la población indígena y la reorganización del patrón de asentamiento se dieron de manera voluntaria desde 1533, bajo el impulso de los frailes franciscanos. En el caso de la capital Tzintzuntzan, el traslado probablemente tuvo lugar entre 1534 y 1538, “entre la primera y segunda visita de Quiroga a Tzintzuntzan” (Martínez Aguilar Reference Martínez Aguilar2017:13). Dado que el asentamiento correspondiente a Mich. 415-Las Iglesias, era de menor categoría y estaba situado en la periferia septentrional del territorio tarasco, podemos suponer que el desplazamiento fue posterior y sucedió entre los años 1540 y la primera fase del proceso de congregación, la cual ocurrió entre 1550 y 1564. Por lo tanto es posible que esté relacionado con el establecimiento de los franciscanos en Zacapu y la fundación del convento en 1548 (Kubler Reference Kubler1983).

El asentamiento colonial presenta una ocupación muy breve, puesto que la cultura material, en particular la ausencia de cerámica mayólica, sugiere el abandono del pueblo a finales del siglo dieciséis. Sin embargo, un documento escrito procedente del ramo Tierras del Archivo General de la Nación (AGN, México) extiende esta ocupación a principios del siglo diecisiete (1617; AGN, Tierras, vol. 2627, exp. 2do 6°, fs 408–409)—es decir, casi un siglo después de la Conquista española de la región. Por lo tanto, existe un desfase de algunas décadas entre la información proporcionada por la arqueología y los datos históricos. Las razones de este abandono siguen siendo desconocidas, pero la inversión realizada en la construcción del pueblo, la ausencia de huellas aparentes de un evento brutal (tipo incendio) y la época en que se produjeron los acontecimientos, sugieren que las epidemias que acompañaron el paso de los conquistadores podrían haber sido la causa. Este fechamiento relativamente preciso y breve hace que este asentamiento sea uno de los pocos ejemplos de pueblos nuevos del siglo dieciséis estudiados arqueológicamente en el mundo rural.

Entonces, es interesante volver a la ubicación del asentamiento. La implantación de los pueblos nuevos no era elegida de manera aleatoria, sino respondía a requisitos europeos, e incluía elementos de la concepción prehispánica del espacio. El patrón de asentamiento prehispánico que encontraron los españoles al llegar se caracterizaba por un establecimiento en los sectores altos y, sobre todo, una distribución en pequeñas aldeas dispersas. Lo anterior fue considerado como una prueba de la “naturaleza salvaje” de estas poblaciones, contrastante con el patrón concéntrico, acorde a los cánones medievales-renacentistas (Fernández Christlieb y Urquijo Torres Reference Fernández Christlieb and García Zambrano2006). Además, su posición defensiva—elevada y dispersa—representaba una amenaza para los conquistadores, que podían temer que se convirtieran en refugio o en bastiones indígenas (Musset Reference Musset2002). Por consiguiente, para “civilizar” estas poblaciones y para facilitar el “estado de orden y policía” de los españoles, era más oportuno desplazarlas de las zonas difíciles de proteger. Desde entonces, y a lo largo del siglo dieciséis, se llevaron a cabo políticas de reestructuración del patrón de asentamiento, destinadas a agrupar las poblaciones y a transferir los pueblos viejos para su (re)fundación como pueblos nuevos en los sectores bajos, de fácil acceso para los frailes y que permitieran ejercer un mejor control sobre las poblaciones indígenas. Según la concepción renacentista, estos sectores bajos, relativamente planos, eran considerados más sanos y aptos a la vida sedentaria. Sin embargo, otros factores entraron en juego. A partir del estudio de varias pinturas y descripciones contenidas en las Relaciones Geográficas (1577–1585), García Zambrano (Reference García Zambrano1992) identificó la importancia del entorno geográfico. Así, se “[…] privilegiaba la selección de un valle u hoya hidrográfica definida y confinada por sierras y cañadas que cerraban la visual sobre el horizonte” (Bernal García y García Zambrano Reference Bernal García, García Zambrano, Christlieb and García Zambrano2006:62), facilitando, a su consideración, las observaciones astronómicas y el ciclo solar, esencial para la organización de las actividades económicas, religiosas y agrícolas. En los casos identificados arqueológicamente, los desplazamientos pocas veces exceden un kilómetro (Lefebvre Reference Lefebvre2012). Se trata entonces de reubicar el pueblo nuevo en el valle o planicie cercano. Este modelo de establecimiento fue denominado “rinconada”, “[…] con base en la palabra náhuatl xomulli (“rincón”), empleada para designar sitios localizados dentro de espacios cóncavos o de perfil curvo provistos por el relieve terrestre y el horizonte montañoso” (Bernal García y García Zambrano Reference Bernal García, García Zambrano, Christlieb and García Zambrano2006:62). Los autores destacan la cercanía con el agua como otro elemento fundamental de este nuevo patrón de asentamiento, que este se caracteriza por la presencia de un río, un ojo de agua o, como en el caso presente, de una laguna. Bernal García y García Zambrano (Reference Bernal García, García Zambrano, Christlieb and García Zambrano2006:64) añaden que “[…] el plano de la rinconada podía, igualmente, rememorar la forma de una olla con la apertura generalmente dirigida hacia el punto donde los ríos desaguaban […]”. Si bien los autores hacen directamente referencia al centro de la Nueva España, este modelo fue en realidad instaurado en todo el territorio. Por lo tanto, es interesante notar que la ubicación del sitio Mich. 415-Las Iglesias se ajusta en todos los aspectos a una norma establecida por los colonos europeos a principios del siglo dieciséis (Figuras 2 y 5).

Organización interna del asentamiento

El asentamiento consta de dos conjuntos funcionales: una amplia zona residencial que rodea un centro cívico ceremonial único, que describiremos más adelante. Esta organización espacial es muy distinta del patrón prehispánico que podemos encontrar en la región, y de manera más específica, rompe con el patrón de Mich. 68-El Caracol, anteriormente descrito. En cambio, es totalmente característica de los asentamientos coloniales, tal como se pueden observar en mapas del siglo dieciséis o en documentos escritos de la misma época. Los documentos coloniales, conocidos como “Títulos de pueblos y tierras” o “Títulos primordiales” (varios títulos primordiales michoacanos han sido estudiados, principalmente por Roskamp Reference Roskamp, Paredes Martínez and Terán2003, Reference Roskamp2004, Reference Roskamp and Seneff2010, Reference Roskamp, Ruz Barrio and Batalla Rosado2016, entre otros), evocan las fundaciones de pueblos durante la primera mitad del siglo dieciséis (Gibson Reference Gibson and Cline1975, Reference Gibson1986 [1967]; Roskamp Reference Roskamp and Seneff2010) y describen los procedimientos de adjudicación de tierras al momento del traslado de los pueblos de indios. Estos escritos, cuya redacción muchas veces es posterior al desplazamiento real del asentamiento, han tenido un papel legal muy importante en caso de conflictos territoriales antes los tribunales. Como lo menciona Roskamp (Reference Roskamp and Seneff2010:41), “Para su elaboración se basaban en la geografía local, la tradición oral, mercedes y reales cédulas, títulos de pueblos vecinos, y otros documentos indígenas más antiguos”. Suelen detallar las prácticas y ritos realizados durante la fundación de los pueblos nuevos, pero también describen su estructura interna, el deslindamiento del territorio, además de que mencionan las fechas y los nombres de las autoridades presentes en el acto jurídico. Gracias a estas fuentes, la organización de estos asentamientos coloniales y el riguroso protocolo de fundación asociado, han sido el objeto de estudio de varios autores, entre los cuales destacan Gibson (Reference Gibson and Cline1975, 1986 [1967]), Gruzinski (Reference Gruzinski1988), Bernal García y García Zambrano (Reference Bernal García, García Zambrano, Christlieb and García Zambrano2006), Ramírez Ruiz y Fernández Christlieb (Reference Ramírez Ruiz, Christlieb, Christlieb and García Zambrano2006), entre otros. Estos estudios nos permiten hacer comparaciones con los datos materiales observados en el sitio de Mich. 415.

El estudio de la imagen LiDAR, asociado a un recorrido de superficie, permitió mapear los vestigios observables en superficie (Figuras 6 y 7). El asentamiento se extiende sobre una superficie de unas 17 ha, pero presenta un estado de conservación muy desigual según los sectores. Una de las características principales, sin lugar a duda, es su organización en una red hipodámica muy regular, que presenta una orientación norte–sur, con una ligera desviación hacia el este. Si bien este plano se observa claramente en la parte oeste, norte y este del asentamiento, cabe subrayar que el sector suroeste fue perturbado por la implantación de una huerta hace varias décadas, lo que causó una profunda alteración de las estructuras. Sin embargo, se observaron micro-anomalías topográficas muy locales, más o menos marcadas, y distribuidas uniformemente en el espacio (Figura 7). Su verificación en campo permitió identificarlas como amontonamientos de piedras, parcialmente cubiertos por la sedimentación natural. La anomalía más grande, registrada como estr. 90 y localmente llamada “La Yacata”, mide aproximadamente 11,90 × 12,20 m. Pero, pese a lo que sugiere este nombre, no se trata de una estructura ceremonial prehispánica, sino de una área de acumulación de piedras que alcanza una altura superior a 2,5 m. Un fragmento de metate se encuentra mezclado con otros bloques de piedra. Los informantes locales atestiguan que estos montones solían ser frecuentes en la huerta, pero tendieron a desaparecer en los últimos años, porque las piedras se vendieron como material de construcción a los habitantes del pueblo vecino de Los Espinos. Por otro lado, aunque se registra la presencia de material cerámico en toda esta área, se puede observar una mayor densidad alrededor de estas anomalías topográficas, lo que nos permite identificarlas como restos de antiguas estructuras seguramente residenciales. Por lo tanto, es probable que estos montones de piedras, conformados por el apilamiento de bloques de piedra dispersos en el campo, se hayan originado a partir de estructuras, aprovechándose de un amontonamiento ya existente. Las deformaciones topográficas y las concentraciones de material presentan un espaciamiento regular y una alineación con las estructuras observables en superficie, evidenciando una continuidad con el plan urbano, lo que nos permite completarlo para las áreas perturbadas (en particular el sector suroeste). La presencia continua de material arqueológico entre Mich. 415 y Mich. 419, así como la homogeneidad del patrón de damero visible en las imágenes LiDAR, confirman que se trata de un mismo sitio, al menos para la fase de ocupación colonial.

El plano demuestra una amplia red de circulación, estructurada por un sistema de calles perpendiculares, de un ancho regular de aproximadamente 5 m. Se identificaron por lo menos cinco calles siguiendo un eje este–oeste, y seis con una orientación sur–norte, las cuales conforman una trama urbana organizada en “manzanas” o “cuadras” (Figuras 6 y 7). Dentro de cada cuadra, se insertan cuatro grupos residenciales, compuestos de una estructura habitacional (a veces asociada a pequeñas estructuras o acondicionamientos anexos) implantada a nivel de la intersección de las calles, dejando atrás un amplio espacio para el solar. Aunque los límites entre cada solar no están físicamente delimitados (con marcadores observables en superficie), la ubicación de las casas y de las calles permite deslindarlos e identificar una superficie homogénea de aproximadamente 1.100 m2.

Esta organización espacial intra-sitio corresponde a un arquetipo de los asentamientos coloniales tempranos, tal como se representan o describen en los documentos históricos. Por ejemplo, el Lienzo de Aranza (Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, Ciudad de México; antes llamado, erróneamente, Lienzo de Sevina), procedente de la sierra tarasca, fechado del siglo diecisiete, pero que se refiere a un período anterior, muestra “la traza de sus calles en forma de retícula y el sitio donde se erigió la iglesia, que sería el centro del pueblo, y cómo los pueblos sujetos, en la medida de lo posible, también siguieron este patrón” (César Villa Reference César Villa and Paredes Martínez1998:48–49).

Desde el siglo dieciséis, se dieron instrucciones destinadas a regular la ubicación y la construcción de los pueblos nuevos. Así las “Ordenanzas de descubrimiento, nueva población y pacificación de las Indias”, promulgadas por Felipe II en 1573, registran las propiedades que debían tener las nuevas poblaciones. Este documento histórico señala que después de delimitar el espacio donde se asentaba el pueblo nuevo, se definía el centro del asentamiento en donde se establecería el conjunto cívico ceremonial y la plaza principal de forma cuadrangular. A partir de allí, se trazaron las dos primeras calles, las cuales se cruzaban a ángulo recto, de preferencia según un eje norte–sur y este–oeste. También regulaba el trazado en damero de la malla vial, el tamaño de las manzanas, entre muchos otros elementos urbanos. Estas características fueron reiteradas en un documento, conocido como “Instrucciones dadas por el virrey, conde de Monterrey en 1601 para la realización de las congregaciones”, y publicado por Torres Villar (Reference Torre Villar1995).

Aunque las instrucciones fechan de la segunda mitad del siglo dieciséis por la primera y del principio del siglo diecisiete por la segunda, en el antiguo territorio tarasco, estas características pueden haber sido implementadas muy temprano. Paredes Martínez (Reference Paredes Martínez2017:149) plantea que estos primeros casos de reubicación y de reordenamiento michoacanos “sirvieron de prototipos en posteriores programas de planeación de asentamientos indígenas”. Este esquema de la nueva organización de los espacios puede completarse con la crónica del fray Pablo Beaumont, quien a finales del siglo dieciocho transcribió un documento titulado el “Acto de fundación de Acámbaro” (Beaumont Reference Beaumont1932). Si bien el origen y la fecha de redacción de este “acto” han sido discutidos por numerosos autores, nos da una idea de los pasos que seguía este evento. Beaumont transcribe que:

… primero se puso una cruz alta de cinco brazadas de alto, de madera de sabino, en donde se ha de fundar el dicho pueblo. Se trazó en dicho pueblo cómo se ha de formar con sus calles cuadrado; contaron sus calles a este plano, y llano del Ramadero grande, onde se hizo la guerra al pie de este cerro grande y asimismo cortaron las calles la dicha fundación; echaren cinco calles desde onde esta el río grande hasta la parte del Sur, onde están unos cerritos; y los otras cinco calles empezó al pie del cerro grande [cerro el Toro] para la parte del poniente, que hacen diez calles cuadrado (Beaumont Reference Beaumont1932:vol. 2, pp. 298–299).

Cabe resaltar que esta orientación privilegiada (norte–sur, este–oeste), corresponde a la identificada en el asentamiento Mich. 415. Estos ejes principales sirvieron de base para delinear las otras calles del asentamiento, siguiendo las paralelas y perpendiculares, constituyendo así las primeras cuadras. De la misma manera, cada manzana estaba dividida para el establecimiento de los solares, los cuales estaban destinados a recibir las casas de los indios, así como un huerto (Beaumont Reference Beaumont1932, vol. 2:299). El documento de instrucciones añade que:

El sitio que a cada indio de los que nuevamente fueren a poblar, se le podrán señalar para labrar su casa y tener dentro de ella árboles y tierra donde sembrar algún maíz, chile y otras legumbres, cuanto baste para su regalo y recreación, será un solar de los de México, veinticinco varas en cuadra habiendo disposición, y no la habiendo, cuanto sea posible, en que no se puede dar regla cierta por ser tan diferentes los asientos de los pueblos (Torre Villar Reference Torre Villar1995:317).

Las 25 varas mencionadas por el documento corresponden a unos 20,95 m, lo que representa una dimensión menor a la estimada en el sitio de Mich. 415 (aproximadamente 33 m de lado). Por la falta de otro comparativo arqueológico contemporáneo en el ámbito rural, es difícil afirmar si esta medida fue generalizada o si, como en el caso de Mich. 415, se adecuó al espacio disponible. Finalmente, en el caso de Mich. 415-Las Iglesias, la ubicación de las viviendas a nivel del cruce de las calles dejaba un espacio libre en la parte trasera del solar. Si bien los trabajos de campo aún no han permitido identificar la función de estos espacios “vacíos”, su tamaño, así como la aparente ausencia de estructuras en estos, podrían ser compatibles con la implantación de pequeñas áreas agrícolas, directamente relacionadas con el espacio doméstico, como lo evoca la documentación histórica.

El centro cívico-ceremonial

El centro cívico ceremonial consta de dos elementos claves: la plaza principal (estr. 88) y el conjunto religioso (estr. 41) (Figuras 6 y 7). La plaza principal, que en este caso se confunde con el atrio del conjunto religioso, forma un espacio cuadrangular de unos 50 m de lado, lo que es particularmente notable en la imagen LiDAR y en las imágenes satelitales. Además de sus importantes dimensiones, esta estructura ocupa un lugar central en el asentamiento. Este espacio está delimitado por un muro perimetral. Su estado de conservación general es bastante bueno; sin embargo, varía mucho de un sector a otro: mientras que en el rincón sudoriental alcanza 1,20 m, en el sector oriental sólo está conservado sobre 10 cm (sobre el nivel del suelo). El muro tiene un ancho promedio de 80–90 cm y aparentemente se construye sin mortero de cal, aunque no se puede descartar el uso de lodo (hoy desagregado) para juntar las piedras, siguiendo la técnica prehispánica local. Las piedras empleadas para su construcción, de módulo grande (60–70 cm), no presentan huellas de trabajo, pero una cara naturalmente plana en la pared (interna y externa). La parte superior del muro demuestra una mayor diversidad en los módulos utilizados (piedras pequeñas a grandes, de 30–90 cm) y una disposición menos ordenada (una cara plana no es necesariamente visible en la pared); es probable que esta apariencia más áspera sea el resultado de reparaciones posteriores. Se han identificado dos accesos, que se integran perfectamente en la trama en damero del sistema de calles. El primero, de unos 2,70 m de ancho, se encuentra en la parte central del muro sur. El segundo es su réplica en el muro norte, aunque presenta una ligera asimetría (Figura 7). Cabe resaltar que no se ha observado ningún sistema de cierre.

No se puede confirmar la existencia de una entrada en el muro este, a pesar de una calle de eje este–oeste que conduce a la plaza, puesto que, en su parte central, la barda sufrió un importante colapso que impide cualquier conclusión. De la misma manera, se pueden ver dos tramos derrumbados en el muro oeste, ampliados recientemente para facilitar el paso de máquinas agrícolas, de cada lado del conjunto estr. 041 (que describiremos más adelante).

La parte interna de la plaza se utiliza ahora como campo de maíz, y el uso de maquinaria es la causante de un importante trastorno de la estratigrafía. Un sondeo (UT 144, 1 × 2 m), realizado en la esquina noroeste de la plaza en 2017, mostró la aniquilación de las capas de ocupación, vinculadas al siglo dieciséis. Así, debajo de una capa de humus, se encuentra directamente el sistema constructivo de este gran espacio, el cual corresponde a una terraza destinada a establecer una superficie plana. La terraza se conforma por unas piedras de tamaño medio a grande, entre las cuales se insertan piedras más chicas, piedrín y un sedimento compacto. Así, si las fuentes históricas suelen asociar este espacio a prácticas comunales, tales como el mercado o fiestas religiosas, la importante alteración del contexto arqueológico no permite avanzar hipótesis.

Al oeste de la plaza, se encuentra un importante conjunto (estr. 041), cuya función ha sido identificada como un centro religioso (Figuras 7 y 8). Este conjunto se organiza alrededor de tres elementos contiguos entre ellos, que siguen una orientación general este–oeste (Figura 8). En primer lugar, se encuentra una sala alargada (cuarto 1), de aproximadamente 38 × 6 m (intramuros), identificada como la nave de una iglesia. Este “cuarto” se caracteriza por el ancho de sus muros, que alcanzan 1,40 m. Por otra parte, cabe subrayar que, en algunos sectores (en particular, al este), las paredes están conservadas en una altura importante. A pesar del derrumbe, se estima que alcanzan 1,50 m de alto en la parte oriental del cuarto (observación sin excavación). El estudio de los muros indica la presencia de un acceso principal en el lado oriental (de aproximadamente 1,80 m de ancho), abriendo en la gran plaza, así como de un acceso más pequeño (de aproximadamente 1 m de ancho) perforado en el muro sur, para dar acceso al cuarto 2. Este segundo espacio está acostado contra el muro sur de la iglesia. Se compone de un cuarto principal alargado y de un pequeño apéndice a nivel de su esquina sureste, correspondiendo a un pequeño cuarto sobreelevado, de aproximadamente 2,5 × 2,0 m. A pesar del importante derrumbe que presentan los muros, este edificio muestra dos accesos. De esta forma, además de la puerta ya mencionada que da hacia la nave, se ha identificado otra apertura de dimensión similar y en perfecta alineación, en el muro sur, que da hacia el exterior. Los muros de este segundo espacio, menos anchos (unos 60 cm), sugieren que la altura de este cuarto era menor. La función de este espacio es difícil de identificar, pero debido a su asociación con la iglesia, podría ser asimilado a una sacristía, a un hospital de indios o a una casa comunitaria. Por último, el tercer espacio corresponde a un cuarto cuadrangular de pequeña dimensión (aproximadamente 4,20 m × 8,00 m intramuros), ubicado en la esquina sureste del conjunto estr. 041 y contra la plaza (estr. 088). Esta estructura se caracteriza por tener paredes de unos 1,60 m de ancho, lo que deja pensar que sus muros alcanzaban una altura significativa. A pesar del abundante derrumbe, se supone que el acceso se hacía desde la plaza (estr. 088), puesto que no se observó paso con las otras dos estructuras.

Figura 8. Conjunto religioso del sitio Mich. 415-Las Iglesias: (a) muro sur del cuarto 2 y entrada al cuarto “apéndice” sobreelevado (en curso de excavación, UT 158), vista desde el norte (flecha roja); (b) aplanado rojo y piso de tierra quemado descubierto en el apéndice del cuarto 2; (c) croquis del conjunto religioso. Croquis y fotos por Lefebvre.

Durante la temporada de campo 2018, se realizó un sondeo (UT 158, 4,0 × 3,5 m) en el espacio 2, que reveló vestigios arquitectónicos bien conservados (Figura 8). El muro sur del cuarto, conservado sobre más de 1,50 m, está compuesto de piedras bien colocadas y un piso de tierra. En el pequeño cuarto, realzado de aproximadamente 1,30 m en comparación con el espacio anterior, se encontraron vestigios de aplanado rojo en las paredes, un piso de tierra quemado, huella de fuego a proximidad y restos de cerámica y de huesos, lo que corresponde a un área de actividades domésticas. Si bien los vestigios materiales encontrados no permitieron definir la función de estos espacios, sí dan testimonio del particular cuidado que se tuvo en su construcción. Por otro lado, es interesante resaltar que sólo se ha identificado una fase de construcción relacionada con la Colonia temprana, lo que significa que desde su origen fue pensado y construido en piedra, aprovechando los recursos proporcionados por el malpaís.

Las excavaciones también revelaron dos muros sencillos de piedras en seco (UE 1642 y UE 1647–1648), que se apoyan directamente en el muro sur del cuarto 2, pero no se unen con él (Figura 8). No se aprecian restos de mortero de cal o de lodo para juntar las piedras. Los muros UE 1642 y UE 1647–1648 forman pequeños cercados (aproximadamente 1,0 × 1,5 m), cuya función no se ha podido determinar. Según su posición estratigráfica, resultan de la frecuentación (y posiblemente de la explotación) de la zona tras el abandono del pueblo colonial.

El buen estado de conservación de este edificio se debe a la topografía natural de la zona y al acondicionamiento que ha sufrido al momento de establecer el pueblo colonial. Como lo mencionamos ya, esta área marca una pendiente suave, pero continua, con una orientación oeste–este; fue el objeto de un importante acondicionamiento por medio de grandes terrazas que nivelaron el espacio. El sondeo realizado en el conjunto religioso demostró que este último había requerido un esfuerzo mayor. Para sostener esta imponente construcción, en lo que respecta al grosor de las paredes como a su altura estimada, fue necesario excavar en el terreno natural para establecer una superficie plana más estable. Estos trabajos de excavación explican la diferencia de altitud entre los pisos del cuarto 2, del pequeño cuarto anexo y de la superficie de circulación fuera de la estructura. Tras el abandono del pueblo y el colapso del edificio, su parte interna funcionó como un receptáculo para los sedimentos procedentes de los sectores altos del sitio, desplazados debido al fenómeno de erosión, lo que protegió los vestigios.

Los documentos históricos mencionan que el centro del poblado era la sede de la vida comunitaria. Así, alrededor de esta plaza, se articulan los componentes de la nueva ciudad: la iglesia, el hospital y los edificios administrativos fueron construidos allí, como el tribunal o la cárcel. En el caso de Mich. 415, sólo pudimos identificar el atrio-plaza central y el complejo religioso, que pudo haber acogido la función de hospital (¿cuarto 2?). Sin embargo, es posible que algunas de las construcciones circundantes, a primera vista calificadas como casas, desempeñaran el papel de edificio público.

Las estructuras residenciales

Las zonas residenciales cubren la mayor parte del asentamiento y rodean el centro cívico-religioso por todas partes, desde el pie del malpaís hasta la orilla de la ciénega (Figuras 6 y 7). Las estructuras residenciales presentan un nivel de conservación muy desigual. El recorrido de superficie demostró que todos los edificios han sufrido un importante proceso de erosión. El mal estado de conservación de las estructuras se debe a dos factores principales: en primer lugar, la breve ocupación del asentamiento, aproximadamente medio siglo según el material arqueológico encontrado, al cual se incrementa una sedimentación post-ocupación débil. En segundo lugar, se debe mencionar el uso moderno que se hizo de los terrenos. Como ya se ha indicado, las partes oeste y suroeste se han convertido en una huerta, lo que ha dado lugar al desmantelamiento de las estructuras. Por otra parte, los sectores sureste, este y norte se utilizaban, y se siguen utilizando, como tierras de pastoreo para el ganado bovino. En estas zonas, el paso de los animales ha provocado daños importantes a las estructuras. De manera general, los basamentos de los muros perimétricos fueron conservados (a pesar de algunos trozos derrumbados); en cambio, las partes internas están bastante erosionadas, e incluso a veces aniquiladas, revelando, bajo una fina capa de abandono, las piedras de relleno de las terrazas de nivelación.

El análisis de la imagen LiDAR y las observaciones de campo permitieron identificar una cierta homogeneidad en el patrón arquitectónico de las estructuras residenciales. Las casas tienen dimensiones que van de 125 a 335 m2, aunque la mayoría están entre 170 y 210 m2. Es interesante recalcar que si varios edificios que rodean el centro cívico ceremonial presentan superficies notables (170–335 m2), los de mayor dimensiones (200–300 m2) se encuentran en la periferia del asentamiento, en particular al pie del malpaís del Caracol—es decir, al oeste y al sur del pueblo. Todas, menos una, tienen un plan cuadrangular, con posibles subdivisiones internas visibles en superficie o a través de la excavación. Este patrón se observa tanto en las casas ubicadas alrededor del conjunto cívico religioso, como en la periferia del asentamiento. Dentro del sitio, existe poca diferenciación social desde el punto de vista arquitectónico. Sin embargo, es posible establecer una distinción basada en los artefactos y ecofactos recogidos en cada sector. Por ejemplo, la cerámica vidriada, y en particular la cerámica de tipo Romita, está presente en todo el sitio, aunque su proporción es mucho mayor en las casas ubicadas alrededor del complejo cívico-religioso. (Las comparaciones espaciales en cuanto a la presencia de material arqueológico son difíciles de realizar, ya que el área que abarca el sitio tiene diferentes usos del suelo y las superficies excavadas en cada sector son desiguales, siendo el centro del pueblo el espacio más trabajado. Sin embargo, a continuación, presentaremos números de artefactos característicos del siglo dieciséis por sector. Centro (extensión: 2,75 ha; extensión excavada: 193,30 m2): cerámica Romita: 408, El Moro (vidriada): 161, hueso de fauna: 184, concha: 6, fragmentos de metal: 2, vidrio: 1; Noreste (extensión: 3 ha; extensión excavada: 3,3 m2): cerámica Romita: 4, El Moro: 1, hueso de fauna: 5; Sureste (extensión: 3,75 ha; extensión excavada: 0 m2): cerámica Romita: 2; Suroeste (extensión: 3,5 ha; extensión excavada: 0 m2): cerámica Romita: 2, El Moro: 1; Noroeste (extensión: 4 ha; extensión excavada: 2 m2): cerámica Romita: 6, El Moro: 3, hueso de fauna: 7. Cabe resaltar que los artefactos de obsidiana encontrados en superficie y en excavación están relacionados con la ocupación epiclásica del sitio (Véronique Darras, comunicación personal 2022). Lo mismo aplica a los huesos de animales. No sólo son más numerosos en las casas localizadas en el centro del pueblo, sino que muchos de ellos corresponden a animales de origen europeo, ovicápridos, cerdos e incluso vacas, incluyendo individuos jóvenes. La cría de ganado mayor era una prerrogativa reservada a los colonos europeos, pero en algunas ocasiones los poderosos caciques indígenas o los pueblos podían solicitar licencias para criarlos. En este caso particular, es imposible saber si los habitantes de estas casas criaron los animales o simplemente los consumieron, pero sin duda alguna la presencia de estos vestigios óseos representa un elemento de prestigio.

Las excavaciones extensivas y los sondeos realizados en varios sectores del sitio permitieron acercarnos al sistema constructivo. Por ejemplo, la estructura 044, localizada en la esquina noroeste de la plaza, a proximidad del conjunto religioso, es una construcción residencial de aproximadamente 180 m2. Su ubicación privilegiada va probablemente de la mano con un estatus alto—al menos es lo que parece demostrar el material arqueológico encontrado, entre el cual destaca una gran concentración de cerámica tipo Romita, fragmentos de metal (probablemente de clavos) y huesos de ganado de origen europeo. La excavación parcial de la estructura, enfocada sobre su parte sureste, reveló una división del espacio, a través de la presencia de las fundaciones de un muro interno, delimitando un pequeño cuarto. El mal estado de conservación de los niveles de ocupación impidió identificar la función de estos espacios. Los muros perimetrales de la casa, construidos con mucho cuidado, se insertan en una terraza de nivelación del terreno, la cual se compone de capas sucesivas de tierra y piedras que forman un suelo firme. Esta inserción de la estructura habitacional con el acondicionamiento del terreno muestra que ambos fueron planificados y realizados al mismo tiempo. Este sistema en donde los muros se introducen en las terrazas se repite en todas las partes del sitio excavadas. Sin embargo, en las partes más altas, al oeste del sitio, al pie del malpaís del Caracol, donde la pendiente es más fuerte, un sondeo realizado contra la estructura residencial 025, permitió observar que el muro este de la casa está reforzado por un doble muro de terraza para compensar las presiones ejercidas. Cabe mencionar que cada muro se inserta en el siguiente, lo que demuestra una construcción simultánea.

En este panorama, sólo una estructura es atípica: la estructura 039 (Figura 7). Su solar se encuentra en la esquina suroeste de la plaza central, a proximidad del conjunto religioso. Esta casa se caracteriza por un plano general en forma de U, con tres cuartos identificados, que cubren una superficie total de 335 m2. Además de su planta singular, esta residencia tiene la peculiaridad de estar construida sobre una plataforma que alcanza 1 m de altura, lo que sirve para nivelar el terreno naturalmente inclinado, pero también ayuda a otorgar a la casa un estatus distinto. Este espacio presentó una gran cantidad de cerámicas de Romita plain y Romita sgraffito, en proporciones netamente superiores a las demás partes del sitio. Cabe señalar también que a un costado de la casa, en un rincón ubicado entre la plataforma y el muro perimetral del solar, a nivel de la esquina suroeste, un sondeo (UT 143, 4 × 2 m) reveló la presencia de un basurero relacionado con la fase de ocupación de la casa (siglo dieciséis), en el que se identificaron numerosos huesos de animales de origen europeo (ganado vacuno y ovino), junto a especies locales vinculadas con un ambiente palustre (Lefebvre y Manin Reference Lefebvre and Manin2019).

El estudio de documentos históricos referente al centro de Nueva España indica que las unidades residenciales eran ocupadas por un grupo de personas unidas por vínculos familiares extensos—es decir, que dentro de una misma estructura convivían varias familias nucleares, cada una ocupando un espacio específico (Lombardo de Ruiz Reference Lombardo de Ruiz1973). Para Michoacán, con base en la Relación de Michoacán y la Relación Geográfica de Chilchota y Tiripetío, Navarrete Pellicer (Reference Navarrete Pellicer and Paredes Martínez1997) propone la presencia de dos a tres familias por casa. En el sitio Mich. 415, las subdivisiones internas observadas en varias casas, así como el tamaño importante de las estructuras residenciales, podrían estar relacionadas con una ocupación por una familia extensa. No obstante, el mal estado de conservación general de los espacios internos no permite ir más allá en cuanto a su organización espacial, y menos de confirmar esta hipótesis. Sin embargo, es posible proporcionar una estimación demográfica para el pueblo. Basándose en datos etnoarqueológicos, Kolb y colaboradores (Reference Kolb, Charlton, DeBoer, Fletcher, Healy and Janes1985) suponen de cinco a seis personas por familia nuclear. Esta cifra es menor para Borah y Cook (Reference Borah and Cook1963), quienes, a partir del análisis de la “Visita de Antonio de Caravajal”, estiman 4,5 miembros por familia nuclear en 1521. En el caso de los asentamientos coloniales, es necesario tener en cuenta los cambios en la composición de las unidades domésticas después de la llegada de los conquistadores. Así, en base al estudio de la “Visita de Antonio de Caravajal” (1523–1524) y de la “Suma de visitas” (1548–1550; Paso y Troncoso Reference Paso y Troncoso1905), Navarrete Pellicer (Reference Navarrete Pellicer, Calvo and Castro1988) identifica una reducción del número de miembros por familia nuclear durante el siglo dieciséis, lo que implica una disminución de la densidad de población a pesar de la permanencia, o incluso el aumento, del número de casas en el pueblo. Propone entonces un factor de 11,2 personas por casa (considerando la presencia de dos a tres familias). Teniendo en cuenta estos factores, y evaluando a 84 el número de unidades habitacionales a partir de las estructuras observadas o intuidas por las deformaciones topográficas, así como de la regularidad de la planificación espacial, podemos avanzar un número potencial de población entre 380 (en el caso de familias mononucleares) y 940 (si consideramos tres familias por unidad).

Identificación de los asentamientos

El estudio preliminar de la documentación histórica de la zona permite hacer hipótesis sobre la identificación de estos asentamientos. En primer lugar, cabe mencionar que un documento cartográfico, fechado del final del siglo diecinueve, señala el topónimo “Cuarum”, refiriéndose a este sector. (Este documento cartográfico fue realizado en 1897 por los ingenieros Tomas Ruiz de Velazco, Patricio Leyva y Daniel Vallejo, en el marco del proyecto de desecación de la ciénega de Zacapu. Durante esta visita, los ingenieros llevaron a cabo el deslinde del cuerpo de agua y cartografiaron los elementos principales del paisaje: límite de la ciénega, la ubicación de comunidades, haciendas, ríos, topografía de las inmediaciones de la ciénega. Este mapa está hoy en día conservado en la mapoteca Orozco y Berra, Ciudad de México, con la referencia 2515-OYB-7234-A.) En los mapas actuales del INEGI, este último se desplazó para aludir a un ojo de agua ubicado a unos 700 m más al noreste (Migeon Reference Migeon2016). La movilidad de este topónimo no es un fenómeno aislado—resulta del carácter dinámico de los nombres de lugares, tanto en su naturaleza como espacialmente. El nombre de Cuarum también aparece, con algunas variaciones, en documentos históricos más antiguos, fechados entre el siglo dieciséis y el siglo dieciocho.

Un expediente del ramo Tierras del AGN, México, que contiene diversos documentos producidos entre 1572 y 1791, relativos a conflictos territoriales que ocurrieron en el territorio de Zacapu, indica que:

[…] mediante un escrito hicieron relacion de la fundacion de su pueblo de sus señas y linderos acompañandole sus Titulos Antiguos […] El pueblo de Tzacapo con los demas anecsos, con arreglamiento a sus titulos tienen y poseen diez y siete sitios de ganado mayor cuyos puestos nombran: Tzacapundecua, Uharijo, Harumbecuaro, Pharamuro, Cuharum, Ynllhatzo, Anazihuacuaro, Tziquimeo, Cahachan, Huarrihguaranii, Catzunin, Cahurio, Apundharo, Huanauco, Tararapacutiro, Anchehuacuaro y Acuchangaro, los cuales sitios son dentro de los linderos que siguen […] (AGN, Tierras, vol. 2627, exp. 2do 6°, ff. 408–409).

Otro documento del mismo expediente indica que: “En la estancia de Tzipimeo en ocho días del mes de marzo de mil y seiscientos y diez y seis años […] parecieron Mathurino Pexetzequa prioste del hospital del pueblo de Tzacapu y Gorge Putzunda prioste de Hurumbequaro y Andrés Putzumda Prioste del hospital de Quaruno […]” (AGN, Tierras, vol. 2627, exp. 2do 6°, f. 322).

Un tercer documento, conocido como el “Borrador instructivo del pueblo de Zacapu”, transcrito por Reyes García (Reference Reyes Garcíaca. 1980) y conservado en el tomo único del ramo Fundaciones del AGN, México, proporciona otra mención de este asentamiento colonial. (Este documento fue integralmente transcrito por Reyes García y fue en parte publicado por González Reference González Méndez1968.) Este expediente es una compilación de actos redactados entre 1590 y 1727, reunidos por los “principales y comisionados”, para definir los límites del territorio de Tzacapu. Entre ellos, la transcripción de un documento de 1696, que a su vez retoma un auto original más antiguo, fechado del 19 de marzo de 1590, enumera los siguientes barrios: “Orumbehecuaro, Cahurio, Hecuarumtaran, Inllatzin, Cuhinato, Apundaro y Cutzhumu” los cuales “fueron los centros de los barrios de San Juan, San Pedro, San Andrés, San Antonio, Santiago, San Sebastian, San Miguel y Santa María, que fueron los sugetos al pueblo principal de Tzacapu” (Reyes García Reference Reyes Garcíaca. 1980:2–3).

A pesar de la variabilidad del topónimo—Cuharum, Quaruno, San Andrés Hecuarumtaran—estos documentos proporcionan informaciones claves para la identificación del asentamiento. La estructura compuesta del topónimo, constituida de un hagio topónimo (topónimo acorde al santoral) y de un nombre de lugar indígena, es característica del principio del siglo dieciséis e indica la cristianización de un asentamiento indígena generalmente consecutivo a su desplazamiento. Por consiguiente, lo anterior demuestra que este topónimo se refiere a un asentamiento y no a un paraje. Además, la documentación del siglo dieciséis lo registra como un barrio sujeto de Santa Ana Tzacapu (Zacapu). A pesar de la adjunción del nombre de santo desde las primeras décadas del siglo dieciséis, es común a lo largo de este siglo que los topónimos pierdan uno u otro de sus componentes, lo que explica la permanencia del nombre indígena casi un siglo después de la Conquista española.

El asentamiento colonial no es el único aludido en la documentación escrita. La Relación de Michoacán, crónica redactada por el franciscano fray Jerónimo de Alcalá en 1541 y fuente histórica más valiosa sobre el reino tarasco, menciona de manera muy breve la región de Zacapu. En dos ocasiones evoca a un pueblo sujeto, denominado Quaruno (Alcalá Reference Alcalá and Mendoza2000 [1541]:466, 524–525). La primera mención se refiere a Quenomen, una mujer pobre de Huruapa casada con Carocomaco. Los dos no vivían juntos, sino que Quenomen residía en Quaruno, y sólo visitaba a su marido cada 20 días para “juntarse en uno”. Tras la muerte de Carocomaco, Quenomen se volvió señora de Zacapu (Alcalá Reference Alcalá and Mendoza2000 [1541]:466). La segunda mención subraya que este pueblo fue conquistado y subyugado por los tarascos junto a los pueblos de Maróatio (Maravatío), Hucario (Ucareo), Acánbaro (Acámbaro), Yurírapúndaro (Yuriria), Purúandiro, Zirápequaro (Zinapécuaro; Alcalá Reference Alcalá and Mendoza2000 [1541]:524–525), lo que corresponde al grupo de pueblos conquistados 13, según la cronología establecida por Espejel Carbajal (Reference Espejel Carbajal2008). La crónica franciscana no proporciona más información acerca del pueblo viejo; sin embargo, cabe resaltar que estas menciones concuerdan con los datos cronológicos recogidos—es decir, un asentamiento que existía antes del período tarasco y que siguió ocupado durante el posclásico tardío.

En cambio, el topónimo está ausente en el documento más antiguo referente al territorio de Michoacán: la “Visita de Antonio de Caravajal”, redactada entre 1523 y 1524. El objetivo de la expedición de Antonio de Caravajal era establecer una descripción precisa y un registro sistemático de los principales asentamientos, sus pueblos sujetos, el número de habitantes y los recursos disponibles. Esta información era necesaria para dividir y distribuir el territorio en encomiendas. De los cinco fragmentos que han llegado hasta nosotros, uno se refiere al territorio de Zacapu (registrado bajo su nombre náhuatl: Tescalco), que administrativamente caía bajo la jurisdicción de Comanja. Sin embargo, ni Cuarum ni sus variaciones (Quaruno o Hecuarumtaran) aparecen en la lista. Cabe señalar que, aunque el registro de Carvajal parece ser bastante exhaustivo, varios autores coinciden en que el español omitió algunos asentamientos, ya sea porque eran pequeños o porque las autoridades indígenas los ocultaron para que permanecieran bajo el poder del Cazonci (Espejel Carbajal Reference Espejel Carbajal, Williams and Weigand2011; Navarrete Pellicer Reference Navarrete Pellicer, Calvo and Castro1988; Warren Reference Warren1977). Así, parece que la parte occidental del territorio de Zacapu quedó fuera de este primer registro. Esta omisión no permite ir más allá en cuanto al lugar de Cuarum en la organización administrativa prehispánica, de definir su categoría como pueblo o estancia, o de contrastar el número de casa registrado tanto por el español como por el cacique.

La poca documentación histórica no permite discutir la evolución de este nombre—entre Cuarum, Quaruno, Hecuarumtaran, es imposible saber cual era el nombre original de este pueblo. Por las concordancias espaciales y temporales, es muy posible que Mich. 68 esté relacionado con el pueblo viejo de Mich. 415. Asimismo, la permanencia del topónimo Cuarum en esta zona sugiere (pero no prueba) que estos dos sitios arqueológicos podrían estar vinculados a Hecuarumtaran (o Quaruno, prehispánico) y San Andrés Cuarum (colonial). Esta propuesta ya había sido planteada por Migeon (Reference Migeon, Breton, Berthe and Lecoin1991b, Reference Migeon2016), quién intentó identificar y localizar los lugares de la región de Zacapu mencionados en el informe de Antonio de Caravajal, en la “Suma de visitas” y en el “Borrador instructivo del pueblo de Zacapu”. A partir de los elementos geográficos y los topónimos registrados, asociaba el sitio de Mich. 68 al asentamiento histórico de Hecuarumtaran, y situaba el pueblo de San Andrés Cuarum, en una zona cercana, al pie de una loma pedregosa y a proximidad del ojo de agua epónimo, sin poder ubicarlo con precisión en este momento. Por lo tanto, este lugar podría corresponder al sitio Mich. 415-Las Iglesias. Sin embargo, si la hipótesis de un desplazamiento del pueblo viejo ubicado en el malpaís (Mich. 68) hasta el valle cercano es muy plausible, no podemos excluir la posibilidad de que este pueblo nuevo reagrupe a las poblaciones de otras aldeas prehispánicas cercanas, cuyos vestigios aún no han sido localizados. Esto se sugiere por el gran número de casas contabilizadas (84) en el sitio identificado como pueblo sujeto, mientras que en 1523 (antes de la caída demográfica causada por las epidemias), la “Visita de Antonio de Carvajal” sólo registró a 20 (según el recuento indígena) o 45 (recuento español) para el asentamiento principal de Zacapu (Tescalco; Warren Reference Warren1977).

Los escritos coloniales permiten identificar este pueblo como un sujeto de Tzacapu, tanto en el período tarasco, como durante el siglo dieciséis, pero no proporcionan más información sobre el desplazamiento del pueblo viejo (o de los pueblos viejos) y su refundación como San Andrés Cuarum—en particular, no indican cuándo ocurrió este evento. En cambio, afinan (sin resolver) la cronología en cuanto al abandono del asentamiento. Si bien la cultura material atestigua una ocupación del pueblo hasta finales del siglo dieciséis, el expediente de Tierras del AGN, México la extiende por lo menos hasta 1617. Eso implicaría que el pueblo sobrevivió a la segunda fase de congregación, la cual ocurrió entre 1593 y 1605, antes de desaparecer unos 10–15 años después. Esta permanencia de la ocupación entrando en el siglo diecisiete aún no se pudo identificar arqueológicamente (en particular a través de la presencia de cerámica mayólica). Pero es probable que el pueblo haya sufrido ya una importante caída demográfica a finales del siglo dieciséis.

Conclusión

A través del estudio de los sitios Mich. 68-El Caracol y Mich. 415-Las Iglesias, fechados respectivamente de la época prehispánica (posclásico tardío) y del siglo dieciséis, la arqueología proporciona un ejemplo concreto del proceso de transformación del patrón de asentamiento, y más generalmente del manejo y de la percepción del espacio geográfico, que ocurrió tras la llegada de los colonos españoles. Estos casos de estudio pueden confrontarse con los patrones observados por los historiadores y los geógrafos, en distintas partes de la Nueva España, sobre la base del análisis de la documentación histórica (escrita y cartográfica). Sin entrar en los debates del diseño de la ciudad mesoamericana y novohispana, se pueden resaltar algunas características.

El sitio Mich. 68 aparece durante el epiclásico. En esa época, era una aglomeración modesta que, considerando el número de casas contadas, albergaba varios cientos de habitantes. Se construyeron distintos espacios cívicos y/o ceremoniales, así como acondicionamientos agrarios, que se insertaron en la red de construcciones residenciales. Tras su abandono a principios del posclásico temprano, probablemente debido a la erupción del Malpaís Prieto, se inició una nueva ola de colonización vinculada a la urbanización de Mich. 31-El Malpaís Prieto a mediados del siglo trece (fase Milpillas). En ese entonces, el asentamiento se encuentra probablemente subordinado a Mich. 31. Finalmente, mientras que Mich. 31 fue abandonado durante la primera mitad del siglo quince, la ocupación de Mich. 68 continuó durante la fase Tariácuri. Para entonces se puede identificar con Hecuarumtaran (Cuarum o Quaruno), un pueblo sujeto de Zacapu. Sin embargo, sigue siendo difícil evaluar la extensión y la importancia de esta ocupación, y si está directamente vinculada al abandono del centro urbano.

La ubicación de Mich. 68 responde a un patrón característico del posclásico tardío, tal como se puede observar en una amplia parte del centro-occidente de México. No sólo aprovecha la posición elevada como medio de protección, para ver y ser visto, sino que también está relacionada al papel fundamental del cerro, vínculo entre el cielo y la tierra, y el inframundo.

La llegada de los españoles es el origen de importantes transformaciones en el patrón de asentamiento. El estudio del sitio Mich. 415-Las Iglesias, identificado como San Andrés Cuarum, confirma en numerosos aspectos los datos proporcionados por las fuentes históricas. En las décadas que siguieron a la Conquista, cambiaron profundamente el patrón de asentamiento, la morfología de los pueblos, el paisaje y la cosmovisión. Los trabajos de campo no permitieron fechar con precisión el desplazamiento del pueblo desde el malpaís hasta la planicie; sin embargo, pusieron de manifiesto un establecimiento colonial temprano en el sector bajo, anterior al año 1550. Así, tras un hiato de 600 años (después del fin de su ocupación epiclásica), este promontorio vuelve a ser ocupado durante unas décadas para la implantación de un pueblo nuevo. Además, las operaciones llevadas a cabo en distintos sectores del asentamiento demostraron que la organización del pueblo nuevo y su construcción fueron pensado como un proyecto global. El establecimiento del pueblo nuevo está asociado a un profundo trastorno del sector bajo, en particular a una nivelación de todo el promontorio por medio de terrazas de grandes dimensiones en las cuales se encajan los muros de las casas y de los edificios cívico-ceremoniales. Esta transformación del espacio es el origen de la aniquilación de las capas de ocupación epiclásicas y demuestra una importante inversión humana en un tiempo corto.

El asentamiento se conforma por sectores residenciales rodeando un centro cívico-ceremonial único, el cual tiene un lugar central (física y simbólicamente). Para el pueblo nuevo, el cerro ya no está en el corazón de la cosmovisión—es reemplazado por la iglesia, nuevo símbolo del pueblo y de la presencia española. Pero sigue siendo un punto de referencia en el paisaje colonial, puesto que el pueblo se establece entre el cerro y una masa de agua; así, la “olla” o “rinconada” se convierte en el esquema de trazado ideal.

Este estudio de la transformación del patrón de asentamiento, a través de los ejemplos concretos de Mich. 68 y Mich. 415, muestra que los datos arqueológicos coinciden con los patrones identificados por los historiadores y los geógrafos. Sin embargo, la exploración arqueológica también completa este cuadro. En particular, demuestra la implementación de una nueva organización espacial desde muy temprano, incluso antes de la promulgación de las primeras ordenanzas de planificación, aunque quizás no con todos los elementos especificados. Asimismo, destaca el papel clave de la iglesia, la cual está edificada en piedra y con grandes dimensiones, aparentemente desde su origen, y la relativa homogeneidad de las unidades habitacionales. Por último, atestigua de la introducción muy temprana de la fauna europea en el ámbito y en la dieta indígena.

Las conclusiones presentadas en este artículo son parciales y preliminares. Será necesario completar el estudio para reforzar estas primeras observaciones, pero también para profundizar en el conocimiento de la conformación de estos pueblos nuevos, la transformación de los sistemas constructivos, la organización interna de las viviendas, así como el uso del espacio externo (solares), abriendo nuevas áreas de excavación. También será interesante comprender cómo ciertas características de los pueblos nuevos desempeñaron un papel activo en la transformación de las actividades y prácticas de las poblaciones indígenas en el espacio y en el tiempo, convirtiéndolas de forma más eficaz a los nuevos modos de vida europeos y cristianos. Por último, será imprescindible ampliar el análisis a otros casos de desplazamiento, enfocándonos tanto en el pueblo viejo, como en el asentamiento nuevo, para comprobar estos resultados.

Agradecimientos

Los resultados presentados en este artículo se obtuvieron en el marco del Proyecto Arqueológico Uacúsecha, dirigido por G. Pereira, y del Proyecto Michoacán Colonial: “Los procesos de la colonización española en el medio rural: Impactos sobre la sociedad y el paisaje”, dirigido por K. Lefebvre. Asimismo, agradecemos al Consejo de Arqueología del Instituto Nacional de Antropología e Historia, quién autorizó las actividades de campo llevadas a cabo entre 2014 y 2019 durante las cuales se obtuvieron los datos aquí presentados. También agradecemos a Isaac Barrientos Juárez, María Lizeth Hernández Velázquez, Nicolás Vargas Ramírez, Erik Núñez Castro y Rafael Álvarez López por su participación en el trabajo de campo, a Elsa Jadot, Aurélie Manin y Véronique Darras por su colaboración en el análisis del material cerámico, óseo (fauna) y lítico respectivamente, así como al grupo de trabajadores de las comunidades de Cantabria y Santa Gertrudis, por su valiosa colaboración en el trabajo de campo.

Informacion de financiacion

K. Lefebvre se beneficiaron del apoyo financiero del Ministère de l'Europe et des Affaires Etrangères del gobierno francés. Esta investigación también recibió el apoyo del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (PAPIIT-DGAPA IA400718).

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Figure 0

Figura 1. Ubicación de los sitios Mich. 68-El Caracol y Mich. 415-Las Iglesias. Mapa por Dorison.

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Figura 2. Vista 3D del área de estudio modelizada a partir de los datos LiDAR. Procesamiento por Dorison.

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Figura 3. Plano de los grupos A, B y C del sitio Mich. 68-El Caracol. Mapa por Dorison.

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Figura 4. Ejemplos de tipos cerámicos de la región de Zacapu: (a) tipos de la fase Tariácuri descubiertos en excavación en Mich. 68 (dibujos: S. Éliès, identificación: E. Jadot); (b) tipos del siglo dieciséis descubiertos en excavación en Mich. 415 (dibujos e identificación: E. Jadot).

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Figura 5. Vista del sitio de Mich. 415-Las Iglesias, establecido al pie del Cerro El Caracol. Foto por N. Vargas Ramírez.

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Figura 6. Imagen LiDAR del sitio Mich. 415-Las Iglesias. Cortesía del Proyecto Uacúsecha.

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Figura 7. Mapa del sitio de Mich. 415-Las Iglesias. Mapa por Dorison y Lefebvre.

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Figura 8. Conjunto religioso del sitio Mich. 415-Las Iglesias: (a) muro sur del cuarto 2 y entrada al cuarto “apéndice” sobreelevado (en curso de excavación, UT 158), vista desde el norte (flecha roja); (b) aplanado rojo y piso de tierra quemado descubierto en el apéndice del cuarto 2; (c) croquis del conjunto religioso. Croquis y fotos por Lefebvre.