Published online by Cambridge University Press: 28 April 2010
Gracias a un libro reciente de Pablo Martín Aceña hemos pasado a comprender plenamente la complejidad que tiene el Servicio de Estudios del Banco de España. Por una parte, es nada menos que una institución inmersa en el seno de nuestro Banco Central, en grandísima parte puesta al servicio de la política monetaria española. Sin el Servicio, ésta hoy sería, por fuerza, bastante diferente. De ahí se deriva una influencia muy importante y, por ello, poderosa, en el conjunto de la política española toda. Por otra, es un lugar de investigación de la economía que, desde hace setenta años trabaja, además, con unos niveles muy altos de calidad científica, mídanse éstos como se desee.
1 Aceña, Pablo Martín, El Servicio de Estudios del Banco de España, 1930/2000, Banco de España, Madrid, 2000, 10 + 327 pp.Google Scholar
2 Me ocupé de la Escuela de Madrid en «Los economistas de la Escuela de Madrid y la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas», discurso que está recogido en el volumen Solemne acto de apertura de Curso de las Reales Academias del Instituto de España bajo la presidencia de Sus Majestades los Reyes de España, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid, 11 de octubre de 1999, pp. 1–71; también, con el título de «La Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y la Escuela de Madrid», se recoge lo esencial de ese texto en Torre de los Lujanes, núm. 40, diciembre 1999, pp. 15–27.
3 Este título tiene que relacionarse con la pregunta que se atribuye a Gumersindo de Aacárate: «¿Es el Banco de España o España del Banco?». Los artículos de Luis Olariaga sobre esto fueron: «El Banco de España, plaga nacional. I. El Estado español autoriza gratuitamente al Banco para que fabrique dinero y luego se lo pide en préstamo, regalándole millones en concepto de interés», en España, núm. 2, 5 de febrero de 1915, año I, pp. 8–9; «El Banco de España, plaga nacional. II. El Banco es el mejor negocio de su clase que existe en Europa y para asegurar su grandes dividendos se violenta la Ley cuando es necesario», en España, núm. 3, 12 de febrero de 1915, año I, pp. 3–4; «El Banco de España, plaga nacional. LTI. Las ganancias del Banco son causa permanente de que en tiempo normal sea depreciado el dinero español», en España, núm. 4, 19 de febrero de 1915, año I, p. 3; «El Banco de España, plaga nacional. IV. El Banco no cumple su misión fundamental», en España, núm. 5, 26 de febrero de 1915, año I, pp. 8–9; y, finalmente, «El Banco de España, plaga nacional. Comentarios y críticas de la serie», en España, núm. 7, 12 de marzo de 1915, año I, p. 4.
4 La última vez que me encontré con Mariano Sebastián Herrador fue delante de una librería de la que salíamos los dos. Comenzamos a conversar y recorrimos un buen trecho juntos. Me habló de su formación en Valladolid y en Madrid; de sus relaciones vallisoletanas con Onésimo Redondo —yo le di la noticia, y se rió mucho y confirmó mi hipótesis, de que en las Obras completas de éste, en la llamada Edición cronológica. I. Introducción de Narciso García Sánchez. Dirección General de Información. Publicaciones Españolas, Madrid, 1954, había varios textos publicados en Libertad que se atribuían a Onésimo y que en realidad eran de Mariano Sebastián, a causa de un estropicio de Narciso García Sánchez, que quedaba confirmado en las enfáticas declaraciones de éste en la p. XIII—; de la evolución, peligrosa, del Ya; finalmente, de sus poco gratificantes relaciones con Flores de Lemus, quien, una y otra vez, le disuadía de estudiar a Marshall y le recomendaba —más bien habría que decir que le imponía— que trabajase los dos tomos de la Política Social y Economía Política de Schmoller, en la edición de Imprenta de Henrich y Comp. Editores, Barcelona, 1905, a los que había llegado a odiar. Quedamos en conversar más ampliamente, pero el profesor Sebastián Herrador falleció al poco tiempo.
5 Imprenta de Samarás y Cía., Madrid, 1934. El Prólogo lo fecha Flores de Lemus en Madrid, a 27 de junio de 1924.
6 Una de las consecuencias de esta curiosa personalidad, que casi podría denominarse de general de la Rovere, de acuerdo con la genial obra de Vittorio de Sica, es que, siendo Figueroa muy trabajador y estudioso, no dejase el menor rastro significativo en el Servicio de Estudios, como se desprende de la lectura de las pp. 114, 115, 134, 137, 140, 144, 174, 175, 177, 180 y 208 de esta obra de Pablo Martín Aceña. Recuerdo que un día me dijo Rojo, Luis Ángel: «—Le he dejado libertad a Figueroa para que haga algo original, lo que quiera; no he conseguido resultado alguno.» Sobre sus méritos, que los tuvo, véase mi nota «Ha fallecido el profesor Emilio de Figueroa Martínez», en ABC, núm. 27.074, 4 de diciembre de 1989, p. 46.Google Scholar
7 A Recasens se le eligió el 13 de febrero de 1931 y presentó la dimisión el 17 de febrero de 1931; Pablo Martín Aceña, pp. 20–21. Recasens fue un alto y prestigioso fun cionario del Centro de Contratación de Moneda. En este libro de Martín Aceña vemos su rastro en las pp. 64 y 69.
8 Lo más amplio que he encontrado —con iconografía fotográfica incluida— sobre la escuela —o si se prefiere, sobre el grupo— de Barcelona de Flores de Lemus, está en Bausili, A., Capitalismo siglo xx. Sus crisis y vicisitudes, Buenos Aires, Sudamericana, 1985.Google ScholarBausili, que era uno de los «hombres de Cambó», ha de añadirse a los nombres de Vidal i Guardiola, Bartolomé Amengual, José María Pi Suñer, Manuel Raventós y Josep María Tallada i Pauli, que se mencionan en la p. 21 de Pablo Martín Aceña.
9 Se aprobó su nombramiento por el Consejo General del Banco de España el 27 de febrero de 1931; el 22 de mayo de 1931 presentó la dimisión.
10 Véase, por ejemplo, para entender esta relación cordialísima, la conversación que sostienen Ventosa y Cambó, en relación con la famosa polémica Alba-Cambó acerca del impuesto extraordinario sobre los beneficios conseguidos en la I Guerra Mundial y sus consecuencias de todo orden; tal como se describe en una colosal biografía de Pabón, Jesús, Cambó. 1987–1916, Barcelona, Alpha, 1952, p. 477Google Scholar: «Al salir del Nuevo Club, Cambó y Ventosa —después de conversar con Dato—, se sentían contentos y deseaban luchar; les parecía que recobraban su libertad… escapando a una tentativa de ser denostados… Su estado de espíritu puede resumirse en las siguientes palabras: —¿Adonde crees tú —pre guntaba Ventosa— que nos llevará nuestra trayectoria política? —¡Qué se yo! —contestó Cambó—. Lo mismo podemos llegar al Poder, que ir a parar a un foso de Montjuich.»
11 En los mentideros madrileños se decía, al enterarse de que se le había pronosticado cáncer de laringe a Cambó: ¡Pobre cáncer!
12 Sobre este asunto de CHADE y Cambó, mis artículos «Perpiñá Grau y el pensamiento estructuralista español», en Revista de Economía Política, núm. 83, septiembre-octubre 1979, pp. 43–57; «Román Perpiñá Grau, en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas», en Cuadernos de Información Económica, núm. 87, junio 1994, pp. 167–176, y «Homenaje al Excmo. Sr. D. Román Perpiñá Grau», en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, núm. 71, curso académico 1993–1994, 1994, año XLVI, pp. 554–565. Parece deducirse de las afirmaciones de Perpiñá que la corte de Cambó no era precisamente algo armónico y límpido.
13 El incidente con Maura de Cambó, a causa de Flores de Lemus, en Francesc Cambó, Memories (1876–1931), t. 1, 3.a ed., 1981, Alpha, pp. 342–345.
14 Santiago de Compostela, 1930, especialmente en la p. 34.
15 Bernácer, Germán, «Más sobre el patrón oro: el Dictamen de la Comisión oficial», en Revista Nacional de Economía, núm. 87, t. XXIX, septiembre-octubre 1929, año XIV, pp. 195–225Google Scholar, y núm. 88, t. XXIX, noviembre-diciembre 1929, año XIV, pp. 403–428; también, Fuertes, Juan Velarde, Flores de Lemus ante la economía española, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1961, pp. 169–172.Google Scholar
16 De esa desdichada e irritante realidad me he ocupado en el libro Economistas españoles contemporáneos: primeros maestros, Madrid, Espasa Calpe, 1990, pp. 220–222.
17 Savall, Henri, Germán Bemácer. La heterodoxia en la economía, trad, de Torreblanca, Rafael Pérez; revisión de Savall, H. y Bemácer, R., Alicante, Instituto de Estudios Alicantinos, 1983, pp. 25–26.Google Scholar
18 Fuertes, Juan Velarde, «Sarda en el Banc d'Espanya», en Revista Económica de Cata lunya, núm. 5, mayo-agosto 1987, pp. 69–78.Google Scholar
19 Publicado en el Quarterly journal of Economics, vol. LXII, noviembre de 1948, obra, preludio de suLa política monetaria y las fluctuaciones de la Economía española en el siglo XIX, Madrid, CSIC, 1948.Google Scholar
20 Mis indagaciones para tener claras las ideas sobre estas series las he intentado sin tetizar en el artículo, «Los índices de precios de España: una primera aproximación», en Estadística Española, núm. 145, vol. 42, enero-junio 2000, pp. 43–57.Google Scholar
21 Inicié estos trabajos con el Próleg a la obra de Baró, Albert Pérez, Trenta mesos de col-lectivisme a Catalunya (1936–1939), Esplugues de Llobregat, Ariel, 1970, pp. 7–19.Google Scholar
22 Aparecido en Anales de Economía, núm. 35, vol. IX, 1949, y reimpreso en esta misma Revista en 1967–1968, 2.a época, núm. 19–24.
23 Sobre esta Comisión Consultiva, véase también Fabián Estapé, De tots colors. Memóries, Barcelona, Ediciones 62, 3.a ed., 2000, pp. 207–211; también, Juan Velarde Fuertes, «La nueva política económica española y el Informe del Banco Mundial» en el volumen coordinado por Manuel Varela, , El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la economía española, 50 aniversario de Bretton Woods, Sociedad Estatal Madrid94Google Scholar, Madrid, Ediciones Pirámide, 1994, pp. 323–341, y con el mismo título en Cuadernos de Información Económica, núm. 90, septiembre 1994, pp. 205–211.
24 Sobre esto véase Fabián Estapé, De tots colors, pp. 110–115; también, Fuertes, Juan Velarde, «Juan Sarda Dexeus. In memoriam», en Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, núm. 73, 1996, año académico 1995–1996, año XLVIII, pp. 666–671.Google Scholar
25 Vela, Carmen Martínez, Juan Sarda: economista, Madrid, AC, 2000. 183Google Scholar
26 Testigo de esta declaración era José Celma; no muchos meses después falleció Luis Coronel de Palma.
27 La traducción es la que aparece en ese libro maravilloso de Borges, Jorge Luis, Ocampo, Silvina y Casares, Adolfo Bioy, Antología de la Literatura Fantástica, Barcelona, Edhasa, 1983, p. 149.Google Scholar