El libro La condena de la libertad, editado por Paulo Drinot y Alberto Vegara, reúne un conjunto de agudos y valiosos ensayos sobre la historia del Perú republicano. Combina autores nacionales y extranjeros, historiadores y politólogos, reconocidos especialistas con una importante trayectoria académica y profesional. Los autores abordan los períodos cruciales del desarrollo histórico peruano y los procesos políticos y sociales que, con saltos y retrocesos, han moldeado al Perú actual.
Charles Walker analiza la compleja transición de colonia a república, destacando los desequilibrios regionales y los diversos proyectos políticos que pugnaron por cristalizar en la coyuntura de la independencia peruana, proyectos, algunos de carácter local y regional, que han quedado ensombrecidos por la supremacía del proyecto criollo de nación. En el ensayo de Walker es donde mejor aparecen retratados los esfuerzos de los sectores populares y provincianos para participar en la construcción de la nación peruana. Pequeñas historias que quedaron opacadas por la preeminencia de los caudillos militares y las guerras civiles que, revestidas de un discurso liberal y conservador, marcaron las primeras décadas del Perú republicano.
El período de la prosperidad guanera y la crisis que desembocó en la guerra con Chile es abordado por Natalia Sobrevilla. Se trata de un período en el que el Perú experimenta el boom económico, el crecimiento del Estado y cierto apaciguamiento del ejército, pero en el que también ocurren las guerras civiles de 1854–5 y 1856–8, cuyo trasfondo fue la confrontación entre liberales y conservadores, los primeros empujando reformas políticas, la abolición de la esclavitud y del tributo indígena, y los segundos resistiendo dichas reformas. Es el momento en el que el Perú se desprende de viejas instituciones que venían de la época colonial y pisa el acelerador de la modernización. No obstante, como señala Sobrevilla, el boom guanero significó también la preponderancia de Lima y la costa frente a la sierra, así como una dependencia fiscal del guano y del salitre que nos resultó perjudicial para el contexto bélico que se avecinaba.
José Luis Rénique examina la guerra con Chile y el período de la República Aristocrática, donde resalta la figura del caudillo civil Nicolás de Piérola, quien, a la cabeza de una alianza con el civilismo, y liderando a montoneras populares y provincianas, derrocó al general Andrés A. Cáceres, cerrando el ciclo militarista que se impuso después de la Guerra del Pacífico. Entre los gobiernos de Cáceres y Piérola, el Perú reconstruyó su aparato productivo, emergieron nuevas elites empresariales, se asentaron capitales extranjeros en la minería y el petróleo, y un nuevo ciclo exportador nos conectó con los procesos económicos internacionales. Sin embargo, la reforma electoral de 1895 excluyó del sufragio a los analfabetos confiriendo un enorme peso electoral a las élites y los sectores medios de la sociedad peruana. Paradójicamente, el beneficiario de esta reforma fue el Partido Civil que desplazó a Piérola y consolidó un régimen de partido hegemónico que habría de dominar la política peruana hasta 1919.
El período entre el ascenso al poder de Augusto B. Leguía y el golpe de Estado de 1968 es analizado por Paulo Drinot. En materia política, es la época de la emergencia de los partidos de masas y la larga crisis del régimen oligárquico. En materia social, el período de las migraciones a las ciudades y el proceso de urbanización de la sociedad peruana. Esto, sumado a la expansión de la educación, fomentó procesos de integración social desde la propia población. Sin embargo, comparado con países vecinos, la modernización peruana estaba rezagada, en particular con respecto a la situación de los campesinos indígenas. Esta percepción y la necesidad de acelerar los cambios fue lo que empujó a un sector de los militares, liderados por Juan Velasco Alvarado, a conducir de las reformas que evitaran un desborde revolucionario en el Perú.
El politólogo Eduardo Dargent analiza el ciclo entre el gobierno del general Velasco Alvarado y 1994, el año anterior a la reelección de Alberto Fujimori. Dargent plantea como eje de su ensayo el proceso de integración política y la construcción de ciudadanía. Sin los remilgos del historiador, Dargent trasciende su marco temporal para remontarse, cuando es necesario, a la década de 1930 para reflexionar sobre la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), el comunismo y el reformismo como fuerzas movilizadoras de las clases medias y los sectores populares urbanos y rurales. El Perú de este periodo aparece relativamente articulado, tanto por las organizaciones sociales que incentivan la movilización ciudadana como por los partidos políticos que confieren de identidad política a los sectores populares. En ese sentido, el nuevo ciclo histórico inaugurado por el fujimorismo contrasta como una época de desarticulación y desmovilización política.
Con un sugerente título de ‘Compra y calla’, el politólogo Alberto Vergara nos propone una aguda lectura del período entre 1992 y 2021. El rasgo clave de este período sería el anhelo ciudadano de gobierno, antes que de representación. Las múltiples crisis experimentadas en la década de 1980 habrían llevado a la población no tanto a exigir derechos e inclusión, sino orden. Y sobre este anhelo reorganizó el régimen fujimorista los vínculos entre gobierno y ‘ciudadanía’: eficacia para domar la hiperinflación y mano dura para terminar con el terrorismo. En el Perú el posfujimista, señala Vergara, gobernar con eficiencia consistió en impulsar el crecimiento económico, en empujar el PBI para arriba. No obstante, la llegada de Pedro Castillo al gobierno puso de manifiesto que este modelo de desarrollo y de representación se había agotado.
Finalmente, Cynthia McClintock, desde una perspectiva comparada con la región latinoamericana, hace un esfuerzo de síntesis de los desafíos, fallas y logros del Perú, como el problema de la esclavitud y el tributo indígena, las escisiones y temores entre las clases sociales, los ciclos exportadores, los proyectos de inclusión política, los programas de desarrollo económico y las situaciones de desigualdad. McClintock acaba su ensayo con una imagen de logro: el crecimiento económico redujo la pobreza, abrió procesos de ascenso social y desencadenó camios que están remodelando la sociedad peruana.
¿Cuál es el elemento vertebrador o la idea-fuerza que organiza del libro? Los editores, apelando al mito de Sísifo, plantean que los procesos truncos, los proyectos frustrados, la oscilación entre la ilusión y el desencanto, como caracteriza de la historia peruana. Una suerte de construcción y reconstrucción constante del Perú, a la que estamos condenados (aunque en esta fluctuación interminable, señalan, hay aprendizajes). La metáfora es sugerente, pero su generalidad hace que pueda aplicarse a cualquier caso de una nación no consolidada. En realidad, lo que el libro pone de manifiesto es la dificultad de integrar los fragmentos, complejos en sí mismos, que plantea cada autor. No es este un reproche a los editores, pues una imagen renovadora de la sociedad peruana, de su desarrollo histórico y de su porvenir será resultado del debate académico y público que este libro nos plantea y cuyos aportes resultarán imprescindibles para esa tarea.