Published online by Cambridge University Press: 08 March 2023
La conversación que tuvo Juan Boscán con el Navagero en Granada, en 1526, fue decisiva para la lírica española. Como el embajador veneciano le sugirió al poeta catalán, éste probó “en lengua castellana sonetos y otras artes de trovas usadas por los buenos autores de Italia” (Boscán 30), y también lo hizo su amigo Garcilaso de la Vega. Se acababa de abrir un cauce hondísimo, absolutamente nuevo, para la poesía, porque no sólo iba a ser una renovación radical de formas estróficas, de ritmos, sino de contenidos.
La novedad de la poesía al itálico modo
Boscán en la carta a la duquesa de Soma, a quien le dedica el segundo libro de sus Obras, se hace eco de la recepción crítica de sus contemporáneos a tanta novedad—su poesía y la de Garcilaso habría circulado manuscrita. A los que primero oyeron esas trovas al modo italiano les parecía que en ellas “los consonantes no andaban tan descubiertos ni sonaban tanto como en las castellanas”, incluso afirmaban que “no sabían si era verso o si era prosa”; e incluso más, “otros argüían diciendo que esto principalmente había de ser para mujeres y que ellas no curaban de cosas de sustancia, sino del son de las palabras y de la dulzura del consonante”. Contra este argumento, Boscán esboza una defensa de las mujeres, bien es cierto que con ciertas reservas: “Tengo yo a las mujeres por tan sustanciales—las que aciertan a sello, y aciertan muchas—que en este caso quien se pusiese a defendellas las ofendería” (28–29).
La lírica ya fue entre los griegos espacio para las mujeres, y para los contemporáneos de Boscán parece que seguía siéndolo, aunque los que la escribían eran casi todos hombres. La crítica a la poca sonoridad de esa poesía tan bellamente sonora se debía a que el oído estaba acostumbrado a la rima en agudos, a la esticomitia y al octosílabo de las coplas de arte real de la poesía cancioneril. El propio Boscán replicaba inteligentemente remitiendo a esos detractores al Cancionero general, la antología de poesía cancioneril de Hernando del Castillo, que se publicó en 1511: “Si a éstos mis obras les parecieren duras y tuvieren soledad de la multitud de los consonantes, ahí tienen un cancionero que acordó de llamarse general para que todos ellos vivan y descansen con él generalmente” (29).
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