Published online by Cambridge University Press: 16 February 2023
En el debate sobre la prostitución en el segundo tercio del siglo XIX, lo que se instituyó como una cuestión pública de carácter higiénico-social se censuró en el terreno literario. Narciso Campillo, el crítico que burló el cerco de silencio impuesto tras la aparición de La prostituta (1884) de López Bago, el único que abiertamente defendió la libre circulación de la novela en El Porvenir: Diario Democrático-Progresista (23–X–1884), clama contra un Estado que obliga a las prostitutas a inscribirse en ‘los infamantes registros del Gobierno civil’, pero persigue los libros que tratan de ‘sondear las llagas que a la sociedad afligen’. El catedrático Campillo enunció con claridad meridiana la bifurcación moral que se produce cuando determinados temas traspasan el cerco de los territorios velados hasta entonces —ya sea por recato, por censura previa o por desconocimiento científico— e inundan el terreno de lo que tradicionalmente se ha considerado el reino del entre tenimiento y de la moralización: el espacio novelesco. Así, el erudito Campillo señala en el citado artículo de El Porvenir:
Fenómeno muy curioso es sin duda la hipocresía reinante en la esfera literaria […]. No se escandaliza nuestra virtuosa sociedad de que existan en Madrid miles y miles de mujeres empadronadas en los infamantes registros del Gobierno civil; tampoco se espanta ni se indigna de que el estado considere la inmoralidad, la abyección, la torpeza y el pecado como una industria que paga en tal concepto su contribución y ayuda a sostener las cargas del país; pero escribid sobre uno de estos mil casos individuales, tratad de sondear las llagas que a la sociedad afligen, y no faltará quien ponga los gritos en el cielo acusándoos de inmorales, corruptores, etc., etc.
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