Published online by Cambridge University Press: 16 February 2023
A pesar del escándalo suscitado por la proliferación de novelas dedicadas a narrar las desventuras de las mujeres infames y a pesar de las condenas que, en nombre de la moral y de las buenas costumbres, se lanzaban desde púlpitos y periódicos, el tema adquiere una productividad editorial tan imparable como escasamente conocida en la actualidad.
Alexandre Dumas inaugura La dama de las camelias (1848) —precedente de la avalancha de cortesanas redimidas que inundarán la novela moderna europea— con un prólogo exculpatorio que resume los argumentos esgrimidos más adelante por las obras que pretenderán seguir sus pasos literarios. Dumas se defiende de aquellos que estén ‘decididos a rechazar este libro por temor a hallar únicamente en sus páginas una apología del vicio y de la prostitución’, y concluye con una explícita declaración: ‘No me considero apóstol del vicio’, argumento que repetirán una y otra vez a lo largo del siglo los autores que conceden primacía novelesca al tema lupanario (Dumas 1984: 23, 240).
Ya en 1862, año de aparición de Los miserables de Hugo, el crítico José de Castro y Serrano lamentaba en una ‘carta trascendental’ dirigida a un joven e inexperto amigo, que
La literatura tísica, esa literatura que pretende rehabilitar a la mujer perdida, ha tomado indudablemente sus tipos de la sociedad; pero lejos de hacer vaga mención de ellos, y eso para condenarlos y escarnecerlos, ha convertido en asunto heroico de sus poemas la vida licenciosa y relajada; ha pintado con los más vivos y seductores rasgos la disipación embriagadora y elegante; ha convertido en familiar, y puesto al alcance de todas las miradas, o como si dijéramos de todas las fortunas, lo que debiera estar relegado a la vergüenza, al silencio, a la condenación.
(Castro y Serrano 1862: 240–41)El autor de esta carta abierta, recogida en el volumen Cartas trascendentales escritas a un amigo de confianza, insiste en que ‘la moral de la mujer ha de ser inflexible’ porque añade: ‘Creo que todas las faltas del mundo pueden redimirse en el mundo, menos las faltas de la mujer’ (242).
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