Published online by Cambridge University Press: 11 January 2024
Volved las armas y ánimo furioso
A los pechos de aquellos que os han puesto
En dura sujeción, con afrentoso
Partido, a todo el mundo manifiesto;
Lanzad de vos el yugo vergonzoso
Mostrad vuestro valor y fuerza en esto.
Araucana, canto 2.El rigor con que los ganadores de Ronda trataban a los moros de los lugares hizo que muchos de ellos, en vez de vivir en los pueblos, lo hicieran en las asperezas de Sierra Bermeja, sobre todo en la parte comprendida entre Jubrique, Genalguacil y Casares por un lado, y el mar mediterráneo por otro; allí, ora cultivando pequeños trozos de tierra de labor, ora manteniéndose de silvestres frutas, ora robando y molestando a los cristianos, sufrían todos los horrores de la persecución y de la miseria, su compañera inseparable; desnudos, hambrientos y extenuados, robaban algunas veces en torno de sus antiguos hogares, y veían en sus primitivas casas dormir tranquilos en mullidos lechos a sus despiadados vencedores, mientras ellos reclinaban la cabeza sobre toscas piedras envueltos en sus alquiceles, y sin tener a oraciones más techo para cubrirse que la celeste bóveda, tachonada de doradas estrellas; en ninguna parte había más de estos infelices que en los ásperos vericuetos de las sierras de Genalguacil y Casares, donde descollaba entre tajados riscos la torre de Gebalhamar junto a un pedregoso llano; desde muy de mañana entablaron en ella tristes y sentidos coloquios el mismo día de la cita el alfaquí Almanzor y Mahomud, moro principal de Estepona, que refugiado en aquel fuerte vivía con su familia.
—Almanzor —dijo Mahomud—, hace muchos días que no hace el sol tan plácido para mí como hoy; siento en verdad la funesta desgracia que ha sucedido a tu pueblo, pero veo en ella un poderoso motivo de esperanza, rotas ya las vallas del agradecimiento, el ilustre caudillo de Benastepar no debe nada a sus contrarios y podrá, acompañando altivo su potente cimitarra, sacarnos de la letargosa esclavitud en que yacemos sumergidos.
—Mucho temo, Mahomud —replicó el alfaquí— que tus presentimientos salgan vanos; el viento mortífero del desierto ha soplado sobre nosotros, y ha extinguido el vigor de nuestros valientes adalides.
—No, aún queda sangre mora en nuestros pechos, aún corremos briosos a las armas al punto que la señal se dé de la pelea; ¿veis mis canas?
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