Published online by Cambridge University Press: 11 January 2024
No todas las vestales que se vieran
En solitarios muros encerradas
Adoran a su Dios como debieran.
Autor anónimo.Al otro día de este diálogo le dijo doña Juana a su hija:
—Óyeme, Elvira; ya sabes que don Juan Pérez está reestablecido de las heridas que le causó el maldito ferí de Benastepar.
—Sí, señora, ya lo sé —respondió doña Elvira sumamente turbada, y sin saber cómo disimular su agitación.
—¡Maldito moro! Por poco me quita de en medio al más galán caballero de Ronda. ¡Mira tú lo que es el amor! Sin duda por lo mucho que te quiere se expuso a tal peligro.
—Pues yo me hubiera guardado muy bien de aconsejar a nadie midiese su espada con tan terrible mahometano.
—Es verdad, pero los finos amadores aprovechan con placer cualquier brillante ocasión para lucir la fuerza de su brazo, y presentar trofeos a su dama.
—Convengo, pero no siempre sale bien esa cuenta.
—Mas el resultado no le quita la gloria de haber desafiado al mayor enemigo del hombre cristiano que hay en estas sierras; como te iba diciendo, don Juan, ayer me ha pedido tu mano, pues desea casarse contigo al instante.
—Mucha prisa tiene.
—Ya sabes que te ama hace mucho tiempo.
—¿Y le habló también a mi padre?
—No me acuerdo, pues eso no hace al caso. ¿Qué es tu padre en el mundo mientras yo viva?
—Al fin es mi padre.
—Sí, pero es de tan pocos alcances…
—No lo hagáis tan tonto.
—Sea como fuere, quien manda en estos asuntos soy yo, y porque lo entiendo, noto perfectamente el gran mérito de don Juan Pérez, su esclarecido nacimiento, gallarda presencia, finos modales y cuantiosos bienes que lo ponen a la par de los más esclarecidos duques y condes.
—Todo eso sí es verdad, mas por ahora tengo poca inclinación al matrimonio.
—Pues, hija mía, no debes desperdiciar esta buena fortuna que se presenta, que no siempre la tenemos en la mano, y cuando neciamente nos descuidamos luego es preciso asirla por los cabellos, y ¡ay de la incauta doncella que desdeña una buena colocación fiada en el excesivo número de sus amadores! Pronto los años blanquean sus cabellos, arrúgase su rostro, y el mundo es para ella la más espantosa soledad… No, Elvira, no quiero que te suceda tal desgracia.
—Bien poco me importaría.
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