Published online by Cambridge University Press: 11 January 2024
Asáltanse con ímpetu furioso
Suenan los hierros de una y otra parte,
Allí muestra su fuerza el sanguinoso
Y más que nunca embravecido Marte;
De vencer cada uno deseoso
Buscaba nuevo modo, industria y arte,
De encaminar el golpe de la espada
Por do diese a la muerte franca entrada.
La Araucana de Ercilla, canto 2º.Aliatar, que sin cesar rodaba en torno de Ronda, fue el que ahuyentó con sus palabras a los cristianos y prendiera a don Sancho; apenas supo quién era y advirtió su buen humor, lo trató con la mayor consideración y dulzura; anduvieron cuatro o cinco días con él por aquellas sierras, hasta que por solio más seguro determinaron llevarlo a la Cueva de las Motillas y a la entrada de La Sauceda se detuvieron a almorzar.
—Voto a sanes —dijo don Sancho—, amigo Aliatar, que no pasaré de aquí aunque hagan briznas mi cuerpo como no me des siquiera un sorbo de vino. ¿No es cruel andar un hombre subiendo y bajando cuestas a medio trote, y luego no tener sino agua clara para enjuagarse la boca?
—Lo mismo hacemos nosotros, y no nos acontece desmán.
—Porque en vosotros el hábito vence a la naturaleza; pero yo estoy acostumbrado desde chico a apreciar más un trago del zumo de la parra que cuanta agua hay en mares, fuentes, ríos y arroyos. ¡Y luego no comer cosa de sustancia! Porque sin jamón ni tocino nada hay de provecho.
—Nuestra ley…
—Ya lo sé, y esa es la razón por lo cual jamás en ningún caso me tornaría moro; pero vamos a lo principal, cuidado que no me muevo de este sitio si no me das lo que he pedido.
—Ahora es imposible, amigo; mas te doy palabra que dentro de pocas horas se te proveerá con abundancia de todo.
—Corriente, y entonces me es igual estar entre moros o entre cristianos, porque, como decía Horacio: Integer vitae, scelerique purus.1 ¿No sabéis quién era Horacio?
—No.
—¡Jesús! ¡Qué horror!
—A las armas —gritó uno de los moros.
—Son muchos —preguntó Aliatar.
—No alterarse, que nadie viene —contestó otro.
—Pues prosigue comiendo sin recelo, amigo don Sancho.
—Ya se me quitó el apetito; estas continuas voces, ‘alerta, firme, a las armas’, son capaces de apagar el hambre del más glotón del mundo.
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