Published online by Cambridge University Press: 11 January 2024
En esto levantó el pie, y en señal de general obediencia postrose Aben-farax
en nombre de todos, y besó la tierra donde el nuevo rey tenía la planta.
[Diego Hurtado de] Mendoza, Guerra de Granada, libro 1º, p. 40.Después de esta conversación, montaron a caballo, y atravesando por un lado de Cortes, metiéronse en los inmensos breñales de la Sauceda, y estaban al caer la tarde junto al Peñón de Benajú, situado frente a la Cueva de las Motillas.
—Estoy dudoso —dijo el ferí a Mahamud— si deberemos hospedar o no a esta señora en la caverna, porque allí no se ve la luz del sol, y estará muy triste.
—¿Y por qué no llevarla a lo alto del peñón?
—No os molestéis por mi causa —exclamó doña Elvira—; ya en cualquier parte estaré bien.
—Tendrás —prosiguió el ferí— cómoda vivienda, aunque no sea tan buena como a las que estás acostumbrada.
Subieron después poco a poco hasta lo alto de la meseta.
—¡Cuán frágiles son las cosas de este mundo! —exclamó Mahamud— Aquí puedes contemplar, hermosa señora, en estas ruinas el destino final de los hombres y de los imperios; mira esta mezcla de columnas esparcidas por el suelo, y de casas medio arruinadas, pues estos son los restos de la antigua ciudad de Sepona,1 y del pueblo de Benajú, que nuestros ascendientes construyeron sobre ella, y que abandonaron algunos años antes de la entrada de los cristianos en Ronda.
Trajeron aquella noche para doña Elvira una cama, y al día siguiente adornaron del mejor modo posible una de las casas que aún se conservaban enteras, y María la de Pedro con dos hijas de Mahamud vinieron a acompañarla; condolidas de su desgracia, y notando el interés grande que por ella se tomaba el ferí, procuraron mitigar y endulzar sus pesares.
Al otro día despidiose este de la hermosa cristiana, y fuese a la Cueva de las Motillas, resuelto a no volver más a verla hasta que se hubiese dado el heroico grito; quería, sin duda, evitar las quejas y súplicas que pudieran trastornar o modificar sus proyectos.
Apenas llegó, envió mensajes a todos los pueblos para que acudiesen a hora fija los moros principales, y en efecto, a los tres días estaban allá más de cuarenta, descollando entre ellos el valiente Abdalá y el respetable ferí de Jubrique.
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