La literatura de peregrinación a Jerusalén sigue siendo mal conocida dentro de los estudios literarios españoles, que consideran cada texto de forma casi aislada como representante de una experiencia única, o todos ellos como un conjunto sin interés en el que cada elemento reproduce el mismo modelo antiguo e inmutable. No obstante, la literatura de peregrinación a Tierra Santa gozó en España de un notable éxito desde los inicios de la imprenta y a lo largo de todo el siglo XVI, como se ve por los muchos textos que nos ha dejado, varios de ellos con sucesivas impresiones: la traducción de Bernardo de Breidenbach, Viaje de la Tierra Santa (1498); Antonio Cruzado, Los misterios de Jerusalem (1511–15); el Ms. 10883 de la BNE, compilado en Santa María de Guadalupe a base de sumar varios relatos: los del Cruzado (1485), fray Antonio de Lisboa (1507), fray Diego de Mérida (1512) y Fadrique Enríquez de Ribera (1519); Alonso Gómez de Figueroa, Alcázar imperial de la fama (1514); Juan del Encina, Tribagia (1521); Pedro Manuel Jiménez de Urrea, Peregrinación de Ierusalem, Roma y Santiago (1523); fray Antonio de Aranda, Verdadera información de la Tierra Sancta (1533); Antonio de Medina, Tratado de los misterios y estaciones de la Tierra Santa (1573); Fadrique Enríquez de Ribera, El viage que hizo a Jerusalem (1580); Pedro Escobar Cabeza de Vaca, Luzero de la Tierra Sancta y grandezas de Egypto (1587); Francisco Guerrero, El viaje de Jerusalem (1590); Juan Ceverio de Vera, Viaje de la Tierra Sancta (1595).
Esta relación pone en evidencia que su proceso de difusión y su tipología es muy variada: en prosa o en verso, desde un punto de vista individual o impersonal, sólo Jerusalén o con otros lugares de Tierra Santa, la peregrinación como argumento único o parte de un relato más amplio. Esta variedad no sólo depende de la personalidad y formación de los autores, sino de la finalidad con la que escriben su relato: informar, incitar a la peregrinación o la conquista de Tierra Santa, servir de guía a otros peregrinos, mover la generosidad de los lectores, dar salida a la vanidad personal o convertirse en una obra para la meditación espiritual. De todas ellas quizá la más sorprendente sea esta última, ya que parece tener poco que ver el relato de un viaje, lo que calificaríamos como una obra geográfica o de aventuras, con un tratado de meditación.