En 1950, Brasil organizó la cuarta Copa del Mundo, segunda en América Latina. Los triunfos en la rueda final por sendas goleadas brasileñas frente a Suecia y España aseguraron a público, prensa y dirigentes que la victoria en la Copa era inevitable, ya que sólo restaba un empate frente a Uruguay, ganador a duras penas frente a Suecia y que había empatado con España. El 16 de julio de 1950 se enfrentaron en el Maracaná ante casi 200,000 personas. Brasil convirtió un gol a poco de iniciado el segundo tiempo, rodeado de la excitación victoriosa de la multitud. A los 66 minutos’, igualó Juan Carlos Schiaffino. Y en el minuto 79, Alcides Gigghia superó al zaguero João Ferreira (conocido como Bigode), pero esta vez eligió desorientar al golero Moacyr Barbosa rematando al poste más cercano al mismo: fue gol, el 2 a 1 que sentenció la derrota brasileña y la última Copa del Mundo para Uruguay.
Bigode y Barbosa eran negros: rápidamente, esa sociedad que se presumía integrada prefirió retomar su más crudo e inveterado racismo, alegando que los negros no tenían el coraje suficiente para ser campeones, porque habían sido amedrentados por las bravatas de Obdulio Varela, el capitán uruguayo—quien era, a su vez, mulato, conocido como “El Negro Jefe”. Años después, Barbosa, que llegó a ser echado de un entrenamiento de la Selección Brasileña en 1993, acusado de traer “mala suerte”, dijo: “la pena máxima en Brasil por un delito son 30 años, pero yo he cumplido condena durante toda mi vida”. La historia es una de las más trágicas del fútbol latinoamericano, y ha sido incluso la excusa para un bello cortometraje, titulado justamente Barbosa, dirigido por Jorge Furtado y Ana Luisa Azevedo en 1998.
El libro de Rosana Barbosa recoge esta historia, como corolario de un proceso de décadas de disputas y racismos en el fútbol brasileño; un racismo exasperado, propio de la última sociedad esclavista del mundo, que sólo abolió la esclavitud en 1888. Con ese antecedente, es comprensible que la aceptación para la práctica del fútbol por los afrodescendientes, aceptación que debía ser producida por las elites blancas cariocas y paulistas, fuera tan lenta y tortuosa, y debiera atravesar, asimismo, un segundo filtro superpuesto, como lo fue el del nacionalismo anti-portugués: el club que lideró la incorporación de los jugadores negros—así como la profesionalización del fútbol, que funcionó como corolario de un proceso más amplio de popularización del deporte—fue el Vasco da Gama carioca, club fundado por la colectividad portuguesa de Rio de Janeiro.
Barbosa recorre con agudeza y calidad narrativa este largo proceso, que sólo culminó en 1958 cuando los jugadores no-blancos (los negros Pelé y Didí, o el mulato Garrincha) condujeron al equipo brasileño a la victoria en la Copa del Mundo de Suecia. Este camino se solapa con la construcción de un Brasil moderno en el siglo XX—una modernización iniciada y liderada por sus elites blancas, que sin embargo coexistía con vigorosas resistencias racistas. La autora del libro señala el rol decisivo de ciertos grupos intelectuales en la construcción de una narrativa más democrática e inclusiva—los modernistas de 1922 y el Manifiesto Antropofágico, así como el antropólogo Gilberto Freyre, autor del célebre texto “Foot-Ball Mulato” de 1938—junto a la importancia de la modernización populista de Getúlio Vargas entre 1930 y 1954. Uno de los “intelectuales orgánicos” del varguismo, el periodista Mario Filho, fue un operador clave de esta “integración racial futbolística”, con su libro O negro no futebol brasileiro, de 1948—aunque debió reescribirlo en 1964, luego del episodio racista contra el golero Barbosa en 1950, y el reconocimiento definitivo de Pelé en 1958.
El libro de Barbosa adeuda, únicamente, la comparación con dos procesos similares y contemporáneos: el del fútbol uruguayo y el del peruano, que debieron proponer soluciones a la integración racial y lo hicieron de modos distintos, a pesar de que los jugadores negros también chocaron contra el racismo de las elites blancas. Posiblemente, esa comparación nos señalaría que el factor más potente y conflictivo fue el esclavismo tardío de la sociedad brasileña: posiblemente, ese factor pueda darnos explicaciones, incluso, sobre algunos desgarramientos del Brasil contemporáneo.